Érase una vez, en un país muy lejano, una hidra de siete cabezas. Esta terrible bestia vivía en una guarida oscura y comía carne humana.
Cuando el monstruo salía de su agujero para buscar alguna presa, toda la gente se escondía en sus casas y se mantenía encerrada bajo llave hasta que la hidra satisfacía su hambre devorando a algún vagabundo a quien el destino había llevado a su muerte.
Todos los habitantes del país se quejaban amargamente de la maldad de la hidra, del miedo y problemas que les causaba.
Recurrieron a todos los medios posibles para deshacerse de ella; ofrecieron oraciones en las iglesias y marcharon en procesión por las calles, rogando a Dios que librara a la pobre humanidad de esta bestia insaciable, pero todo lo que hicieron fue en vano.
Incluso los magos y hechiceros del país quedaron indefensos ante el poder de este monstruo de siete cabezas.
Finalmente, cuando el emperador vio que todos los esfuerzos de su pueblo eran inútiles y que la prosperidad de su país estaba a merced de esta bestia, emitió una proclama decretando que cualquier hombre que pudiera liberar la tierra de los estragos de la hidra, recibiría la mitad del imperio y la mano de la princesa imperial en matrimonio.
Esta proclama se difundió por todo el imperio, y muchos valientes decidieron vigilar juntos cerca de la guarida de la hidra para que, cuando apareciera, cayeran sobre ella y la mataran.
Los valientes hombres, se reunieron en la ciudad más cercana al escondite del monstruo (que estaba en las afueras de la ciudad) y a la vista de la guarida del monstruo.
Allí encendieron un fuego, y cada uno, a su vez, hizo guardia para no ser tomados desprevenidos; y para que el centinela no se durmiera y dejara a los demás a merced de la inmunda bestia, firmaron un pacto donde juraban que darían muerte al hombre que dejara apagar el fuego.
La compañía pasó varios días y noches vigilando, pero no pasó nada.
Ahora bien, entre estos valientes se encontraba un rumano valiente y aventurero que había oído hablar de la proclamación del emperador y que había venido desde su lejano hogar para probar su oportunidad con el resto. Una tarde, al anochecer, mientras nuestro valiente rumano estaba de guardia, la hidra salió de su guarida y se dirigió directamente hacia la compañía que dormía cerca del fuego. El corazón del centinela dio un vuelco al ver el monstruo, que avanzaba entre bufidos y silbidos, y haciendo acopio de todo su valor, el rumano saltó sobre la bestia y cortó poderosamente con su espada hasta dejar sus siete cabezas en el suelo.
Era un espectáculo terrible ver a la hidra retorcerse de dolor y azotar la tierra con su cola.
Aunque casi exhausto, el valiente rumano luchó sin cesar, pues no quería detenerse hasta que el monstruo estuviera completamente muerto.
Sus compañeros dormían profundamente durante toda la terrible batalla, a pesar de los bufidos y rugidos de la hidra; y después de un gran esfuerzo, el joven remató a la bestia sin ayuda de nadie.
La sangre oscura fluyó a torrentes del monstruo caído y pronto, aquella sangre apagó el fuego de vigilancia.
El valiente rumano estaba en un gran problema, porque ¿acaso no establecía el pacto que quien permitiera que se apagara el fuego debía ser ejecutado?
Viéndose en esta encrucijada, cortó las siete lenguas de la hidra y las escondió en su pecho; luego subió a lo alto del árbol más alto y miró a todos lados para ver si encontraba una chispa de luz en alguna parte. Esperaba así descubrir alguna casa donde poder conseguir un poco de brasas con el que poder volver a encender el fuego. Y allí a lo lejos vio un punto de luz que brillaba débilmente. Entonces bajó del árbol y se dirigió en dirección a la luz.
Caminó un largo camino y en medio de un bosque se encontró con el Crepúsculo. Y ató fuertemente donde estaba para retrasar la llegada de la noche.
Luego, un poco más lejos, se encontró con Medianoche, y también lo debía atar allá donde estaba, pero ¿Cómo lo haría? Al final, convenció a Medianoche para que apoyara su espalda contra un árbol que el joven estaba cortando, porque, según le explicó, empujando así el árbol se caería fácilmente y su trabajo se acortaría. Medianoche le hizo caso sin sospechar que había una trampa, e inmediatamente el astuto rumano lo ató firmemente al árbol y siguió su camino.
Más adelante se encontró con Amanecer, pero ella no quería detenerse a cotillear con él, porque debía apresurarse a reunirse con Medianoche, a quien consideraba un tonto que necesitaba vigilancia. Así que fue más difícil tratar con ella que con sus predecesores, pero finalmente también logró atarla.
Luego se apresuró en la búsqueda de aquella luz brillante lejana.
Llegó finalmente ante una gran cueva, y en su interior brillaba la luz que había visto desde lejos.
Aquí estaba el hogar de los gigantes que tienen un solo ojo en medio de la frente.
Nuestro valiente entró y pidió un poco de fuego a los gigantes, pero en lugar de dárselo, lo agarraron, lo ataron y lo pusieron una gran olla al fuego para cocinarlo y devorar su carne.
Pero justo en el momento en que estaban a punto de arrojarlo a la olla, oyeron un ruido fuera de la cueva, y todos menos uno salieron a mirar.
El gigante que se quedó con nuestro joven valiente, era un viejo y débil gigante. Le habían dejado responsable de cocinar a nuestro rumano.
Tan pronto como el valiente muchacho se encontró solo con el viejo gigante, pensó la manera de salvarse.
Cuando el anciano le quitó las ataduras para arrojarlo al fuego, ágilmente se escapó de entre sus manos, agarró una brasa al rojo vivo y se la clavó en el único ojo del gigante. Luego, dando un empujón al ciego, lo empujó a la olla.
Rápidamente el joven tomó todo el fuego que necesitaba y huyó sano y salvo.
Se detuvo ante el Amanecer y la liberó. Siguió corriendo y cuando pasó donde había dejado a Medianoche atado al árbol y le dio su libertad. Finalmente, llegó a Crepúsculo y cortó sus ataduras.
Al llegar donde había dejado a sus compañeros, los encontró todavía dormidos.
El amanecer doraba las copas de los árboles; pronto los primeros rayos del sol bañarían las cabezas de los durmientes. La noche había sido muy larga, porque nuestro héroe había detenido su curso para tener tiempo de encontrar el fuego del que dependía su vida
Apenas hubo vuelto a encender el fuego, primero descubrió que faltaban las cabezas a la hidra, pero un momento después vio a sus compañeros que se fueron despertaron y dijeron:
-Qué noche tan larga ha sido esta.
-Sí, efectivamente, camaradas-, respondió el centinela, mientras hacía estallar el fuego.
Los compañeros se levantaron, se desperezaron y bostezaron, pero un temblor se apoderó de ellos al ver al enorme monstruo tendido en el suelo en un charco de sangre, y se frotaron los ojos al ver que le faltaban todas las cabezas.
El valiente rumano no quiso contar nada de lo ocurrido por temor a la envidia.
Entonces, todos partieron hacia la ciudad, y cuando llegaron allí, encontraron al pueblo, grandes y pequeños, regocijándose por la muerte de la hidra y dando gracias a los santos por el castigo del enemigo que tanto habían temido, y cantaban en voz alta las alabanzas del hombre que había los libró del terrible monstruo.
Las cabezas perdidas de la hidra no habían causado gran inquietud a nuestro héroe, porque tenía la prueba de su valiente acción escondida a salvo en su pecho, las lenguas; sin embargo, se apresuró hacia el palacio imperial. Quería saber qué había sido de aquellas cabezas, porque había algo sospechoso en el asunto.
Al acercarse a la puerta del palacio, interrogó a quienes lo rodeaban y supo que el cocinero imperial, que era un pillo muy astuto, había salido a espiar a los presentes, impulsado por una curiosidad abrumadora. Y, según su relato, cuando los encontró dormidos y el monstruo que estaba emboscado cerca, tomó su cuchillo de trinchar y atacó a la bestia sin ayuda y cortó las cabezas de la hidra, e inmediatamente se presentó en el palacio con sus espantosos trofeos ante el emperador y reclamó la recompensa por su hazaña. Mostró su ropa, que había tenido la astucia de mojarla en la sangre del monstruo, y cuando el gobernante estuvo convencido de aquel pillo era, en efecto, el héroe poderoso que decía ser, cumplió su palabra y ordenó un gran banquete para celebrar el compromiso de su hija con el astuto bribón.
Cuando nuestro héroe llegó al palacio, encontró al emperador de alegre humor, sentado a la mesa, y al astuto cocinero reclinado a su lado, apoyado en siete cojines, en el lugar de honor.
Entonces el rumano se presentó ante el gobernante y dijo:
-Glorioso emperador, he oído que alguien se jactó ante ti de haber matado a la hidra de siete cabezas. Es falso, gobernante imperial, porque fui yo quien mató a la bestia.
-Mientes, inútil-, gritó el pillo, y ordenó a los sirvientes que lo echaran.
Pero el emperador al ver al joven dudó, porque parecía improbable que el cocinero hubiera resultado un héroe tan poderoso, sobre todo cuando tantos valerosos hombres no habían logrado tal azaña.
Entonces se volvió hacia el rumano y le dijo:
-¿Cómo puedes probar la verdad de tus Palabras?
-Puedo probar fácilmente mi afirmación, poderoso emperador-, respondió el valiente muchacho. -Primero ordene a un asistente que mire dentro de las cabezas y vea si puede encontrar las lenguas de la bestia.
-¡Que busquen!-, replicó en voz altanera del pillo cocinero, que empezaba a titubear al ver que le podrían pillar.
Así que buscaron, y vieron que a todas las cabezas les faltaba la lengua, y los invitados quedaron profundamente asombrados.
Al cocinero se le puso la carne de gallina y se arrepintió amargamente de su jactancia, pero gritó:
-Saca a ese loco. Sus palabras son las de un tonto.
Pero el emperador respondió:
-Sólo tienes que demostrarnos, valiente cocinero, que quien mató a la hidra puede dar cuenta de sus lenguas.
-Glorioso emperador-, tartamudeó el cocinero, que temblaba como una hoja y estaba pálido como la cera, -¿no ves que este tipo es un imbécil que ha venido aquí para engañarnos?
-El que miente deberá ser castigado-, respondió tranquilamente el valeroso rumano; y sacó de su pecho las siete lenguas de la hidra, una
tras otra. Cada vez que sacaba una lengua, uno de los siete cojines donde se apoyaba el cocinero, se deslizaban hacia la lengua, hasta que, finalmente, el pillo cocinero quedó sentado sobre el suelo.
Entonces el valiente rumano contó toda su aventura nocturna, y explicó cómo había tenido que alargar la noche.
Y el emperador comprendió que el valiente muchacho decía la verdad, y se llenó de ira contra el cocinero por haberlo engañado.
Profundamente dolido por aquel engaño, ordenó que trajeran dos sementales de los establos imperiales, hizo atar al cocinero a las colas de los caballos salvajes, junto con un saco de nueces, y los criados azotaron a los animales con látigos. cuando los sementales asustados reaccionaron ante los latigazos, galoparon hacia los pantanos, donde cayó una nuez del saco y el cocinero completamente muerto y destrozado.
Poco después se celebró con gran pompa la boda de la princesa y el valiente rumano. Las festividades duraron muchas semanas, y luego el emperador, viejo y cansado, abdicó en favor de su yerno.
Yo que os digo esto también estuve allí, y asistí en las fiestas llevando agua en un colador y echando ciruelas secas a la boca abierta de todos los presentes que allí se encontraban.
Cuento popular rumano, recopilado por Petre Ispirescu
Petre Ispirescu (1830 – 1887) fue un editor, folclorista y escritor rumano.
Recopiló una gran colección de cuentos populares rumanos.