
Érase una vez una cabrita que quiso hacerse una casita para ella y sus cabritillos. Empezó a recoger piedrecitas y, de una en otra, fue levantando la casa, que ya casi tenía acabada, cuando le cayó una piedra encima de las patas y quedó coja.
– ¡Ay, pobrecita de mí! ¿Qué haré ahora? Me iré a Santiago de Compostela a curarme las patas.
Hizo unos cuantos quesos, los dejó a sus cabritillos y, emprendiendo su santo peregrinaje, se despidió de ellos, encargándoles que no abrieran la puerta a nadie que no fuera ella misma, la cual, para que la reconocieran, antes les diría:
– Abrid, abrid, cabritas,
traigo leche para las tetitas,
traigo brotes para las cornitas,
vengo de Santiago de Compostela
de curarme las patitas.
Abrid, abrid, cabritas.
La zorra, que es muy traidora y lo espía todo, en cuanto vio a la cabrita fuera, se fue a la puerta de la casa y, fingiendo la voz de la cabra, dijo:
– Abrid, abrid, cabritas,
traigo leche para las tetitas,
traigo brotes para las cornitas,
vengo de Santiago de Compostela
de curarme las patitas.
Abrid, abrid, cabritas.
Los cabritillos, que creyeron que era su madre que volvía a buscar algo, corrieron todos contentos a abrir la puerta… ¿y cuál fue su sorpresa al encontrarse con la zorra? Todos, de repente, corrieron a esconderse y la zorra, viendo el campo libre, se llevó los quesos y, para estar más tranquila, se subió a un pino a comérselos.
Resulta que por aquellas tierras había un lobo grande y hambriento que tenía atemorizada toda la región. Este lobo pasaba por debajo del pino donde la zorra comía los quesos, y al caerle una costrita encima, alzó la vista y vio a la zorra.
Y le dice:
– Comadre zorra, ¿qué comes ahí arriba del árbol?
Y la zorra le responde:
– Compadre lobo, como algarrobas de pino.
Y el lobo dice:
– Si las costritas son así, ¿cómo serán las miguitas? ¿De dónde las has sacado?
Porque él sabía bien que lo que comía la zorra eran quesos. Así que, aunque la zorra quería excusarse de decir de dónde los había sacado, el lobo la amenazó de tal forma que al final ella le dijo:
– Ve a casa de las cabritas, llama a la puerta y di:
– Abrid, abrid, cabritas,
traigo leche para las tetitas,
traigo brotes para las cornitas,
vengo de Santiago de Compostela
de curarme las patitas.
Abrid, abrid, cabritas.
Y verás cómo te abren, porque pensarán que eres su madre.
El lobo, goloso y hambriento, se fue hacia la casa de las cabritas, llamó a la puerta y se puso a decir:
– Abrid, abrid, cabrassas,
traigo leche para las mamelassas…
– ¡Uy, uy! ¡Tú no eres nuestra madre!
El lobo no tuvo más remedio que volverse y, muy enfadado, fue a ver a la zorra.
– Comadre zorra, no han querido abrirme la puerta.
La zorra le hizo explicar cómo lo había hecho y, al ver su error, le explicó de nuevo punto por punto el truco que debía usar.
Resulta que, mientras tanto, la cabrita había regresado de su peregrinación y, muy contenta con las patas bien curadas, fue a su casa, llamó y dijo:
– Abrid, abrid, cabritas,
traigo leche para las tetitas,
traigo brotes para las cornitas,
vengo de Santiago de Compostela
de curarme las patitas.
Abrid, abrid, cabritas.
Pero como las cabritas estaban escarmentadas, no querían abrirle y la cabra tuvo que repetir toda la cantinela. Entonces la reconocieron bien, le abrieron la puerta y le explicaron por qué estaban tan desconfiadas. Al oírlo, viendo que habían descubierto su secreto, les dijo:
– Pues entonces, no abráis a nadie que primero no os enseñe la patita.
Y se fue a pastar.
Mientras tanto, la zorra había enseñado bien al lobo cómo hacer para que las cabritas le abrieran la puerta, y este fue para allá.
Llamó y dijo:
– Abrid, abrid, cabritas,
traigo leche para las tetitas,
traigo brotes para las cornitas,
vengo de Santiago de Compostela
de curarme las patitas.
Abrid, abrid, cabritas.
– ¡Veamos las patitas!
El lobo sospechó algo y fue corriendo a meter sus patas en una poza de cal, y con ellas ya blanqueadas, volvió a casa de las cabritas para enseñárselas.
Estas, confiadas en que era su madre, le abrieron la puerta y no se llevaron poco susto al encontrarse cara a cara con el lobo. ¡Patas ayudadme!, no pararon hasta llegar arriba de todo en la casa. Por suerte, el lobo era muy goloso y, al ver los quesos, se enamoró de ellos, dejándolas en paz.
Cuando la cabra volvió, las cabritas, todavía aterradas, le contaron el susto que habían pasado por el engaño del lobo, y ella dijo:
– De los quesos no tendrá bastante; ya veréis cómo mañana volverá para comeros, pero hay que darle una lección.
Al día siguiente, tal como pensaba la cabra, el lobo volvió; la cabra le hizo abrir la puerta por sus hijos, pero en el lugar donde ella debía estar había puesto una caldera de agua hirviendo, y así que el lobo, sin mirar nada, entró, cayó dentro de la caldera y se escaldó por completo.
Imaginad cómo huyó: fue corriendo a ver a la zorra y le dijo:
– Ya ves, comadre zorra, cómo me han dejado. Cúrame bien o te mato.
Y la zorra le dijo:
– Bueno, anda a aquel campo de arena, frótate bien y te curarás.
El lobo se fue para allá, empezó a revolcarse bien, pero cuanto más lo hacía, los granos de arena tocaban la llaga viva, y más le dolía. Así que, completamente quemado, volvió a la zorra.
– Comadre zorra, si mal estaba, peor estoy ahora. Cúrame bien o te mato.
Y la zorra le dijo:
– Anda a aquellos matorrales y frótate.
El lobo, muy tonto, fue y, frote que frotarás, cuanto más lo hacía peor se ponía. Así que, ardiendo de rabia, volvió a la zorra y le dijo:
– Comadre zorra, si mal me iba, peor regreso. Cúrame bien o te mato.
Y la zorra le dijo:
– Bueno, hombre, es que tu mal es muy serio, necesitas remedios muy fuertes. Ve a aquel labrador que está arando y pídele que te cure, que él tiene remedio para ello.
El lobo, dolorido, fue y, cuando llegó, le dijo:
– Labrador, buen labrador, ¿querrías curarme de este mal que me mata?
Y el labrador:
– Ara, ara, este año es año de hambre.
– No digo eso, sino si querrías curarme.
Y el labrador:
– Ara, ara, este año es año de hambre.
Y viendo a una bestia tan pérfida, le dio un golpe con el arado que casi lo dejó aturdido.
El lobo volvió a la zorra y esta, al verlo venir, le dijo:
– Ve a ver a aquel herrero que es un hombre más fuerte.
El lobo fue:
– Herrero, buen herrero, ¿querrías curarme de este mal que me mata?
Y el herrero, golpeando con el martillo:
– Herrar, desherrar, este año es año de guerra.
– No digo eso, sino si querrías curarme.
Y el herrero:
– Herrar, desherrar, este año es año de guerra.
Y al ver que volvía a importunarlo, le dio tal golpe con el martillo que casi lo dejó medio muerto.
Todo dolorido, el lobo volvió a la zorra. Pero esta, en cuanto lo vio venir, burlándose del estado en que ya lo veía, le dijo:
– Ve a ver a aquel afilador que pule el hierro.
El lobo fue y, en cuanto hizo su petición, el afilador le dijo:
– Ya verás, pon la lengua aquí.
Y le hizo poner la lengua sobre el yunque. Entonces, cogió un martillo y, dando un fuerte golpe sobre esta, se la partió en dos pedazos.
El lobo, furioso, fue a ver a la zorra, pero esta ya había huido, y el lobo, recordando que las cabritas habían sido la causa de su primer mal, fue a su casa y llamó. Pero como no tenía lengua, no pudo hacer más que gestos, y la cabra, viendo el estado en que estaba, llamó a sus cabritillos, que ya eran mayores, salió con ellos y, a golpes de cuernos y patadas, no pararon hasta dejarlo sin vida tirado en el suelo.
Cuento popular catalán de Francisco Maspons y Labrós, recopilados en Lo Rondallayre, Quentos Populars Catalans en 1875