Izanami e Izanagi

Izanagi e Izanami, Mito de la creación japonés

Mitología
Mitología

En los textos Kojiki se recoge el mito de la creación de Japón y la historia de los dioses Izanagi e Izanami.

Los Kotoamatsukami, o Dioses Celestiales Distinguidos, son los dioses que surgen cuando el Cielo y la Tierra se separan. Son los cinco primeros dioses que surgen al principio del Universo. Estos dioses vivían en el Takamagahara, la morada de los dioses en el Cielo, donde se encuentra el Río Celestial de Yasu, la Casa Rocosa Celestial, y su gobernante, la divinidad solar, es Amaterasu.

Los tres primeros dioses descendieron del Takamagahara y dieron luz a los Kamiyonanayo, las siete generaciones divinas que continuarían su labor en la creación del mundo. Entre todos los Kamiyonanayo y los Kotoamatsukami, se pusieron de acuerdo en que la pareja más joven de dioses, Izanagi e Izanami, debían encargarse de dar forma y estructura al caos que les rodeaba.

Los dioses mayores, para esta labor, entregaron a la pareja una lanza llena de joyas llamada Ama no Nuboko o lanza celestial.

Su labor consistía en dar forma a la Tierra y a la humanidad.

Izanagi (el hombre que invita, dios de la creación), e Izanami (la mujer que invita, diosa de la creación y de la muerte) se dirigieron al puente celestial que unía el reino celeste, Takamagahara, y la Tierra. Desde el puente de luz, sólo veían una masa sin forma y no sabían que hacer, así que Izanagi, clavó la lanza en la masa y agitó la lanza sobre la masa, así se formó el agua salada, una gran extensión de mar que estaba en agitación. En el extremo de la lanza se condensó una gota de agua salada, y cuando retiraron la lanza, esta gota se derramó cayendo sobre las agitadas aguas del océano, y así surgió la isla de Onogoro, que significa “que se condensa sola”, la isla mitológica de Japón.

La pareja de dioses, Izanagi e Izanami descendieron a esa isla para vivir en ella.

Lo primero que hicieron fue crear un altar, el Yashidono, con una gran columna celeste, y alrededor del pilar crearon el Palacio de las Ocho Medidas. Una vez allí decidieron procrear.

Los jóvenes dioses, aunque tenían esa labor, no tenían idea de cómo procrear y probaron diferentes formas sin resultado alguno. Ambos se dirigieron a la columna celestial, el Yashidono, y lo rodearon, cada uno en una dirección al fin de encontrarse al final de su recorrido, e hicieron ese rodeo de distintas formas para intentar crear vida.

En su primer intento, Izanami tomó la iniciativa, pero Izanagi le reprendió porque pensó que no debía ser ella la que estuviera por encima de él. Y cuando repitieron ese camino y volvieron a encontrarse, nuevamente se disgustaron por no haberlo hecho bien.

En estos intentos de crear, nació Hiroku, el niño sanguijuela. Después nació Ahashima, la isla espuma. Y ambos hijos fueron considerados ilegítimos porque se consideró que Izanami tomó la iniciativa.

Tuvieron que pedir consejo a los dioses mayores y que les dijesen cómo hacerlo bien.

Los dioses mayores les dijeron que debían realizar el mismo recorrido, pero que Izanagi debía situarse encima y tomar la iniciativa, y así lo hicieron, y así nacieron todas las formas de la Tierra. Crearon el mar, las cascadas, los árboles, las montañas, el viento… Después crearon los dioses de la tierra, el Sol, la Luna y la tormenta.

Todo fue hermoso y procrearon sin problemas, hasta que Izanami dio a luz a Kagutsuchi, el dios del fuego. Cuando Izanami estaba a punto de concebir a su hijo, tubo mucha fiebre y murió.

Con la desaparición de la diosa madre Izanami, la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, se disputaron el gobierno de la tierra. La tierra estaba en tinieblas y, mientras, Izanagi estaba desconsolado.

Izanagi lloró desconsoladamente la muerte de su esposa, y de sus lágrimas nacieron más fuerzas de la naturaleza descontroladas.

Izanagi fue tras el espíritu de Izanami, hacia el Yomi, o inframundo, la morada subterránea. Izanami le había rogado que no la siguiera, pero Izanagi no pudo evitar seguir tras su amada esposa. Se coló por la puerta trasera en el inframundo, y una vez en el mundo de los muertos, Izanagi no veía nada, todo era oscuridad, y encendió una antorcha. Entonces vio a su esposa Izanami muerta, en estado de putrefacción, llena de gusanos y descomponiéndose; la visión fue terrorífica, e Izanami se encolerizó de que su esposo la hubiera seguido hasta allí y la hubiese visto en aquel estado. Tal fue su ira que intento encerrar a su esposo en la Tierra de la Oscuridad. Izanagi se dio cuenta de esto e comentó a huir.

Izanami llamó a las Shikomé, la diosa de la fealdad, una mujer malvada, anciana y fea, que persiguió a Izanagi. Luego invocó a todos los espíritus y monstruos del inframundo que siguieran a su esposo y cerraran el inframundo con una enorme roca, pero no pudo atraparle a tiempo.

Izanami se enfureció de tal forma que decretó:

“Por tu traición, cada día mataré a mil humanos de tu reino”

Su esposo Izanagi respondió:

“De ser así, daré nacimiento a mil quinientos cada día.

Los dioses llegaron a un acuerdo, y desde entonces los nacimientos y muertes se mantienen en proporción. Y también, desde este momento, la vida y la muerte están separadas.

Cuando Izanagi regresó del inframundo quiso lavar todo su cuerpo y liberarse de todas las entidades y los males que había en el Yomi. Se bañó en el río y de este baño surgieron tres dioses: Amaterasu, la diosa sol que nació del ojo izquierdo de Izanagi; Tsukoyomi, la luna, del ojo derecho, y Susanoo, dios de las tormentas y tempestades, que nació de la nariz.

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