

El Xisclet de Caldas era un hombre muy vivo y atrevido, a quien ningún contratiempo ni desgracia le asustaba, siempre lograba salir adelante con sus trucos; eso no evitaba que fuera más pobre que una rata, tanto que a menudo tenía que inventarse algo para procurarse lo necesario para vivir. Con ese propósito había atrapado un lobo hacía ya algunos días, que, tras domesticarse un poco, se puso a vender, diciendo por todos lados que era un perro grandísimo, mezcla de perro y lobo, que son los mejores para cuidar el ganado.
Un sastre que vivía cerca de él, hombre chismoso y curioso, de esos que se meten en todo y quieren entenderlo todo, cuando se enteró, fue de inmediato a casa del Xisclet y le pidió que le mostrara el perro. El Xisclet, siendo muy hábil para engañar, le alabó tanto lo bueno que era y el buen servicio que le haría, que el sastre cayó en la trampa y le compró el lobo a muy buen precio. Muy contento, el sastre enseñó el lobo a su mujer, quien reconoció el engaño, pero no se atrevió a decir nada por miedo a su marido. Él llevó el lobo al corral, donde causó tal destrozo que se puede decir que no dejó un solo animal sano.
Cuando el sastre se enteró, imagina la rabia que tuvo; hecho una furia, fue a casa del Xisclet. Este, conociendo el genio del sastre, ya estaba preparado para otra broma, y había comprado dos liebres vivas: dejó una con su mujer y la otra se la llevó al trabajo, diciéndole a su esposa que si el sastre venía, dejara ir una liebre y mandara a buscar a su amo, y que él la observaría en secreto y la compararía con la otra liebre.
Dicho y hecho, así sucedió. El sastre fue a casa del Xisclet diciendo a todos que se acercaba una desgracia, que no había remedio y que ya había terminado su vida, haciendo tanto escándalo que todos se reían porque lo conocían bien. Llegó a casa del Xisclet, con un gran grito y mal humor preguntó si el amo estaba, y cuando la mujer le dijo que no, le ordenó que lo fuera a buscar inmediatamente o ella también moriría. La mujer dijo que no podía ir ella misma, pero que enviaría una liebre muy bien entrenada. Sacó la liebre, la soltó, le dio un golpe en las ancas y le dijo: “Ve a buscar a tu amo.” Puedes imaginar cómo la liebre salió corriendo de inmediato.
Al poco tiempo llegó serio el Xisclet con una liebre en el cuello y al entrar dijo: “¿Quién me pide, que esta ha venido a buscarme?”
El sastre, creyendo todo aquello, dijo: “Yo que venía a verte.”
“¿Y qué querías?”
“Oh, nada. ¿Y esta liebre te ha venido a buscar?”
“¡Vaya! Por eso la tengo entrenada; ya le puedes mandar lo que quieras, sea lo que sea, que te lo hará de inmediato. No necesito mozo ni nadie que me avise ni lleve recados; así ahorro un sueldo, mi mujer no se tiene que molestar y siempre estoy bien servido.”
“¿Y cuánto quieres por ella?”
“Hombre, aún no sé si me la venderías, porque, como te digo, me ahorro un mozo, pero si me la pagas bien…”
“¿Si no me engañas?”
“¿Que te he engañado alguna vez?”
“No, pero aquel perro que te compré ahí, nada más llegar al corral se comió todas las ovejas.”
“Hombre, no veas que no las conocía.”
El sastre quedó satisfecho con esa respuesta, acordaron la venta de la liebre y, cargado con ella, se fue a su casa donde su mujer no pudo menos que murmurar en voz baja, para que su marido no la escuchara, como quien dice un poco. El sastre guardó la liebre hasta que necesitó enviar algún recado, entonces la sacó, le explicó bien a dónde tenía que ir y qué debía hacer, y la envió. ¿La has visto correr? Todavía no se había librado, cuando pudo, huyó por el primer lado dejando al sastre con la boca abierta.
—Ahora sí que la mato, no se me escapa —y se fue hacia casa del Xisclet.
He aquí que el Xisclet lo vio llegar y le dijo a su mujer: “Llena una botella de sangre y póntela en el pecho.” La mujer lo hizo, y él empezó como si tuviera una gran pelea con ella, gritos de aquí y de allá, un terremoto tan grande que cuando llegó el sastre, quiso calmarlo, pero el Xisclet, cogiendo un sable viejo que tenía, le dio tal golpe a su mujer que brotó un gran chorro de sangre y ella cayó al suelo.
—¿Qué has hecho, hombre de Dios, qué has hecho? ¿Ya no te libras del palo y encima lo peor, condenado a la otra vida? ¿Y ahora cómo harás, quién cuidará de ti, quién te cocinará, quién…?
—Oh, por eso reza, lo que es la comida me da poca pena. Aquí tengo una olla que por sí sola hierve sin fuego, basta que alguien le mande que lo haga de inmediato, mira cómo lo hace. —Efectivamente, junto al fuego había una olla que al llegar el sastre habían quitado del fuego en pleno hervor y todavía hacía burbujas.
—Hombre, eso es admirable, ¡qué olla tan sorprendente! Pero, ¿y tu mujer? ¿y la justicia que te atrapará en cuanto lo sepa, y a mí también? ¡Oh! Estamos perdidos, estamos perdidos. —Y el pobre se desesperaba.
—De la mujer no me preocupo, si quiero la puedo hacer volver a vivir y enseguida, ya lo verás.
Y cogió una trompeta que tenía por ahí guardada y empezó a tocar. Al primer sonido, la mujer suspiró un poco, al segundo ya comenzó a moverse y poco a poco se fue levantando hasta quedar completamente derecha y decir que no había sido nada.
El sastre no sabía cómo recuperarse de la sorpresa y, como a menudo tenía razón con su mujer, le gustó tanto esa trompeta que a toda costa quiso comprarla junto con la olla que daría descanso a su mujer.
El Xisclet se hizo rogar un poco, pero al final le vendió las dos cosas y muy contento se fue el sastre a su casa, donde su mujer se enfadó tanto que tuvieron una de mil demonios.
—Pues mañana lo veremos.
—Sí, señora, mañana lo veremos, tendrás la comida hecha sin que ni siquiera te des cuenta.
A la mañana siguiente, el sastre, todo satisfecho, puso la comida en la olla sin fuego debajo y se puso a explicar a todos lo buena que era la olla; pero pasaban las horas y la mujer enfadada hasta que fueron las doce del mediodía y el agua y la comida estaban tan frías y crudas como cuando las había puesto.
¿Quieres bromas y burlas por parte de la mujer? Aunque la tenía aturdida, llegó a perder el control y comenzó una bronca en esa casa que parecía que bailaban los demonios. El sastre fuera de sí no sabía qué le pasaba, y de un golpe dejó tendida a su mujer. Entonces volvió en sí y toda la furia se convirtió en miedo y angustia. Afortunadamente, recordó la trompeta, corrió a tocarla, y tocó y tocó; la mujer no se levantaba, se quitó la trompeta de la boca, la miró, la palpó de un lado a otro y sopló más fuerte, parecía un periquito rojo, pero la mujer tampoco se levantaba. Por fin, después de mucho tiempo reconoció su error. Entonces comenzó su desesperación, y viéndose perdido, salió afuera, gritó a dos hombres, fue al campo donde trabajaba el Xisclet, lo ató, lo metió en un saco y subiéndolo en la mula del mismo Xisclet, se fue con los dos hombres a tirarlo por un barranco.
En el camino pasaron por una ermita donde estaban dando misa y el sastre quiso meterse, por lo que ató la mula a un árbol. Y mientras con los dos hombres estaba en misa, el Xisclet comenzó a gritar desde dentro del saco:
—Pobre de mí, que me quieren hacer rey, pobre de mí, que me quieren hacer rey.
Un pastor que lo oyó se acercó y le dijo:
—Yo sería rey.
—Pues ya verás, desátame, métete en el saco y lo serás.
El pastor se lo creyó, lo desató, se metió él en el saco y el Xisclet lo subió y lo ató bien en la mula y se marchó, mientras que el otro hombre atado, creyendo que iban a hacer rey al Xisclet, oyó la conversación del sastre y sus dos compañeros que discutían sobre el barranco donde lo tirarían y comenzó a gritar:
—Ya no seré rey, no me tiréis, ya no seré.
Y pobre hombre, por querer salir del saco, los otros, creyendo que era el Xisclet, lo ataron más, se burlaron y cuando estuvieron al pie del barranco tiraron el saco abajo.
Luego se fueron y cuando estaban todos satisfechos pensando que habían castigado al Xisclet, con gran sorpresa lo vieron cerca de la ermita donde habían oído misa, que, cantando, pastoreaba un gran rebaño de ovejas. El sastre quedó paralizado, no supo qué le pasaba, pero lo cierto es que nunca más se supo de él.
Cuento popular catalán de Francisco Maspons y Labrós, recopilados en Lo Rondallayre, Quentos Populars Catalans en 1875


 
                                                                                                                                                                                                                




