Luqmän Ibn Ad Ibn Adiya, el que vivió como siete cuervos, era desgraciado con las mujeres, pues cada vez que se casaba, su mujer le traicionaba. Por ello decidió casarse con una muchachita muy joven que no conocía a los hombres y construir
una casa, cavándola en la ladera de una montaña. Puso una escalera con una cadena por la que subía y bajaba, y cuando salía levantaba la cadena.
Sucedió que uno de los amalecitas o gigantes vio a la joven esposa, se enamoró de ella y acudió a sus hermanos diciéndoles:
—Por Dios, tengo una empresa que es imposible.
—¿De qué se trata hermano? — le preguntaron estos.
—Me enamoré de la mujer de Luqmân — les contó el joven amalecita— y quiero secuestrarla.
—¿Y qué piensas que podríamos hacer para secuestrarla?, nosotros te ayudaremos.
—Reunid vuestas espadas, me ponéis entre ellas, formando un gran haz, le lleváis el montón de espadas conmigo dentro a Luqmän y le decís: Nos vamos de viaje y queremos confiarte nuestras espadas hasta que volvamos tal día.
Así lo hicieron y Luqmän puso las espadas en un rincón de su casa.
Cuando Luqmän se ausentó, el joven salió de su escondite, y aunque la esposa huyó de él al principio, terminó en sus brazos. Cuando ella oía que Luqmän volvía, le escondía entre las espadas hasta que pasaron los días y los amalecitas volvieron a buscar sus espadas y se las llevaron.
Pero Luqmän levantó la cabeza, vio un escupitajo en el techo y le preguntó a su mujer:
—¿Quién ha hecho eso?
Y ella contestó:
—Yo.
Y Luqmän le ordenó:
—¡Escupe de nuevo!.
Lo hizo y su escupitajo no llegó al techo, por lo que Luqmän dijo:
—¡Oh desgracia! Las espadas me han engañado — y arrojó a su mujer desde lo alto del monte, y quedó hecha pedazos.
Bajaba Luqmän aún iracundo de la montaña cuando se encontró con su hija Sainar que le increpó diciendo:
—¡Oh desgraciado! ¿Qué has hecho?
Y su padre dijo:
—Tú también eres mujer — y le cortó la cabeza.
Por eso dice el proverbio árabe: «No ha pecado sino con el pecado de Sahar».
Cuento árabe de la Edad Media conservado en tradición oral en Marruecos, recopilado por Ángel González Palencia
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»