Un hombre que poseía mucho dinero tenía dos hijas. El hijo del califa del rey pidió una de ellas, y el hijo del cadí pidió la otra, pero su padre no les dejó casarse, aunque lo deseaban.
Tenía un jardín cerca de su casa. Por las noches, las jóvenes iban allí y los jóvenes pretendientes venían a recibirlas y pasaban la noche conversando. Una noche su padre los vio. A la mañana siguiente mató a sus hijas, las enterró en su jardín y se fue en peregrinación.
Eso duró hasta que una noche el hijo del cadí y el hijo del califa acudieron a un joven que sabía tocar la flauta y el rebab.
—Ven con nosotros—, le dijeron, —al jardín del hombre que no nos dará a sus hijas en matrimonio. Tocarás tus instrumentos para nosotros.
Y acordaron encontrarse allí esa noche.
El músico salió al jardín, pero los dos jóvenes no fueron. El músico se quedó y tocó su música solo. En medio de la noche aparecieron dos lámparas y las dos jóvenes salieron del suelo debajo de las lámparas. Le dijeron al músico:
—Somos dos hermanas, hijas del dueño del jardín. Nuestro padre nos mató y nos enterró aquí. Tú, tú eres nuestro hermano para esta noche. Te daremos el dinero que nuestro padre ha escondido en tres macetas. Cava aquí—, agregaron.
El músico obedeció, encontró las tres vasijas, se las llevó y se hizo rico, mientras las dos muchachas regresaron a sus tumbas.
Cuento anónimo popular berebere editado en 1901 René Basset en Moorish Literature
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»