Gaṅgâdhara Shiva

El Hijo del Adivino

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Un adivino, en su lecho de muerte, escribió el horóscopo de su segundo hijo y se lo legó como su única propiedad, dejando la totalidad de su patrimonio a su hijo mayor. El segundo hijo reflexionó sobre el horóscopo y cayó en las siguientes reflexiones:

—Ay, ¿vine al mundo sólo para esto? Los pronósticos de mi padre nunca fallaron. He visto que sus pronósticos siempre se han cumplido, hasta la última palabra ¡Y que pronóstico me entrega a mi! Primero, ¡Janma parabhṛiti dâridryam! ¡Pobreza de nacimiento! Tampoco es ese mi único destino. Daśa varshâṇi bandhanam: durante diez años, prisión: un destino más duro que la pobreza; ¿Y qué viene después? Samudratîrê maraṇam: muerte en la orilla del mar; lo que significa que debo morir lejos de casa, lejos de amigos y parientes en la costa del mar. Que vida más miserable. Ahora viene la parte más divertida del horóscopo, Kiñchit bhógam bhavishyati: ¡que después tendré algo de felicidad! Esta felicidad es todo un enigma para mi: ¡morir primero y ser feliz durante algún tiempo después! ¿Qué felicidad? ¿Es la felicidad de este mundo? Así debe ser. Porque por muy inteligente que uno sea, no puede predecir lo que puede suceder en el otro mundo. Por tanto debe ser la felicidad de este mundo; ¿Y cómo puede ser eso posible después de mi muerte? Es imposible. Creo que mi padre sólo lo escribió como un consuelo por todas las calamidades que ha profetizado. Tres partes de su profecía deben resultar ciertas; la cuarta y última es una mera declaración reconfortante para soportar pacientemente las calamidades enumeradas y, nunca será real. Por lo tanto, déjame ir a Benarés, bañarme en el santo Ganges, lavar mis pecados y prepararme para mi fin. Evitemos las costas del mar, no sea que allí me encuentre la muerte, conforme a las palabras de mi padre. Venga a prisión: estoy preparado para ello durante diez años.

Así pensó él, y después de que terminaron todas las exequias fúnebres de su padre, se despidió de su hermano mayor y partió hacia Benarés.

Pasó por el centro de Dakhaṇ, evitando ambas costas, y siguió viajando y viajando durante semanas y meses, hasta que finalmente llegó a las montañas Vindhya. Al pasar por ese desierto tuvo que viajar durante un par de días por una llanura arenosa, sin señales de vida ni vegetación. Las pocas provisiones que cargaba finalmente se agotaron. El chombu, que llevaba siempre lleno, llenándolo con el agua dulce del riachuelo o tanque abundante, lo había agotado en el calor del desierto. No tenía en la mano ni un bocado para comer; ni una gota de agua para beber.

Allá donde llegaban sus ojos, no se veía más que un vasto desierto sin fín. Aún así pensó para sí:

—Seguramente la profecía de mi padre es cierta. Sobreviviré a esta calamidad para encontrar mi muerte en alguna costa.

Este pensamiento le dio fuerzas para caminar rápido y tratar de encontrar una gota de agua en algún lugar para calmar su sed.

Por fin lo encontró, o más bien pensó que lo había encontrado, pues el cielo había puesto en su camino un pozo en ruinas. Pensó que podría recoger un poco de agua si bajaba su chombu por el cordón con el que se colgaba el mismo chombu al cuello.

Colgó el chombu en el pozo, lo dejó caer, avanzo un poco más, y se encontró con un tope, entonces del pozo salieron las siguientes palabras:

—¡Oh, aliviame! Soy el rey de los tigres, muriendo aquí de hambre. Durante los últimos tres días no he tenido nada. La fortuna te ha enviado aquí. Si me auxilias ahora encontrarás en mí una ayuda segura para toda tu vida. No penséis que soy una bestia de presa. Cuando te hayas convertido en mi libertador, nunca podré dañarte. Por favor, por favor, sácame de aquí.

Gaṅgâdhara, pues así se llamaba el segundo hijo del adivino, se encontró en una situación muy desconcertante. Y pensó: “¿Lo elimino o no? Si lo saco puede que me convierta en el primer bocado que sacie su hambre. No, no lo seré. Porque las profecías de mi padre siempre fueron certeras. Moriré en la costa del mar y no a manos de un tigre».

Pensando así, le pidió al rey tigre que se sujetara fuerte al recipiente, lo cual hizo, y lo levantó lentamente.

El tigre llegó a la cima del pozo y se sintió en terreno seguro. Fiel a su palabra, no le hizo daño a Gaṅgâdhara. Por otra parte, dio tres vueltas alrededor de su patrón y, de pie ante él, pronunció humildemente las siguientes palabras:

—¡Mi dador de vida, mi benefactor! Nunca olvidaré este día: cuando recuperé mi vida a través de tus amables manos. A cambio de esta amable ayuda, hago mi juramento de estar a vuestro lado en todas las calamidades. Siempre que tengas alguna dificultad, piensa en mí. Estoy ahí contigo dispuesto a complacerte por todos los medios que pueda. Para contarte brevemente cómo llegué aquí: Hace tres días estaba vagando por aquel bosque, cuando vi a un orfebre pasar por él. Lo perseguí. Él, al verse incapaz de escapar de mis garras, saltó a este pozo y vive a caer tras él, quedando atrapado hasta este momento en el fondo del mismo. Yo también salté, pero me encontré en el primer saliente (los pozos indios están fabricados con varios salientes interiores) él está en el último y cuarto saliente. En el segundo saliente vive una serpiente hambrienta. En el tercer saliente hay una rata, también hambrienta, y cuando vuelvas a sacar agua, es posible que te pidan que la sueltes primero. De la misma manera también podrá solicitar al orfebre. Te digo que, como amigo tuyo, nunca ayudes a ese desgraciado, aunque sea tu pariente. Nunca se debe confiar en los orfebres. Puedes confiar más en mí, un tigre, aunque a veces me deleito con los hombres, en una serpiente cuya picadura te hiela la sangre en segundos, o en una rata, que hace mil travesuras en tu casa. Pero nunca confíes en un orfebre. No lo sueltes, y si lo haces, seguramente te arrepentirás algún día.

Así avisado, el tigre hambriento se fue sin esperar respuesta.

Gaṅgâdhara pensó mucho en la elocuencia del tigre y admiró su fluidez al hablar. Pero su sed no había sido saciada. Así que volvió a bajar su vasija, que ahora fue atrapada por la serpiente, quien se dirigió a él así:

—¡Oh, mi protector! Levántame. Soy el rey de las serpientes y el hijo de Âdiśêsha, el rey de las serpientes, que ahora suspira en agonía por mi desaparición. Libérame ahora. Siempre seguiré siendo tu servidor, recordaré tu compasión y te ayudaré durante toda la vida en todas las formas posibles. Hazme el favor: me estoy muriendo.

Gaṅgâdhara, recordando nuevamente el Samudratîrê maraṇam (la muerte en la orilla del mar), lo levantó. Él, como el rey tigre, caminó tres veces a su alrededor y postrándose ante él habló así:

—Oh, mi dador de vida, mi padre, porque así debo llamarte, ya que me has dado otro nacimiento. Ya os he dicho que soy el hijo de Âdiśêsha y que soy el rey de las serpientes. Hace tres días estaba tomando el sol de la mañana cuando vi una rata corriendo delante de mí. La perseguí. La rata cayó en este pozo. La seguí, pero en lugar de caer al tercer saliente donde ahora yace, caí al segundo. Esa misma tarde también el orfebre cayó al cuarto saliente, y el tigre que acabas de liberar. Lo que tengo que decirte ahora es que no liebres al orfebre, aunque sí puedes liberar a la rata. Por regla general, nunca se puede confiar en los orfebres. Ahora me voy a ver a mi padre. Siempre que tengas alguna dificultad, piensa en mí. Estaré a tu lado para ayudarte por todos los medios posibles. Si, a pesar de mis repetidos consejos, liberas al orfebre, sufrirás severamente por ello

Diciendo esto, Nâgarâja, el rey serpiente, se deslizó en movimientos en zigzag y desapareció de la vista en un momento.

El pobre hijo del Adivino, que ya casi se moría de sed, y hasta llegó a pensar que los mensajeros de la muerte estaban cerca de él, a pesar de creer firmemente en las palabras de su padre, dejó caer su cubo por tercera vez. La rata lo agarró y, sin discutir, levantó al instante al pobre animal. Pero no se marcharía sin mostrar su gratitud:

—¡Oh vida de mi vida! ¡Mi benefactor! Soy el rey de las ratas. Cuando estés en alguna calamidad, piensa en mí. Iré ante ti y te ayudaré. Mis agudos oídos oyeron todo lo que el rey tigre y el rey serpiente os contaron sobre el Svarṇataskara, el ladrón de oro, que está en el cuarto saliente. No es más que una triste verdad que nunca se debe confiar en los orfebres. Por lo tanto, nunca le ayudes como lo has hecho con todos nosotros. Y si lo haces, lo sentirás. Estoy hambriento, déjame ir ahora.

Al despedirse así de su benefactor, la rata también se escapó.

Gaṅgâdhara pensó por un momento en el repetido consejo dado por los tres animales acerca de liberar al orfebre: “¿Qué mal habría en que lo ayudara? ¿Por qué no debería soltarlo también? Pensando así, Gaṅgâdhara volvió a bajar el cubo. El orfebre lo agarró y pidió ayuda. El hijo del Adivino no tenía tiempo que perder; él mismo se estaba muriendo de sed. Por lo tanto levantó al orfebre, quien comenzó su historia:

—Detente un momento—, dijo Gaṅgâdhara, y después de saciar su sed bajando su vasija por quinta vez, temiendo todavía que alguien pudiera quedarse en el pozo y pedirle su ayuda, escuchó al orfebre, que comenzó así:

—Mi querido amigo, mi protector, ¡qué tonterías te han dicho estos brutos acerca de mí! Me alegro que no hayas seguido sus consejos. Ahora me estoy muriendo de hambre. Permíteme irme. Mi nombre es Mâṇikkâśâri. Vivo en la calle principal oriental de Ujjaini, que está veinte kâs al sur de este lugar, por lo que se encuentra en tu camino cuando regresas de Benarés. No olvides venir a verme y recibir mis ofrendas por tu ayuda, en tu camino de regreso a tu país.

Dicho esto, el orfebre se despidió y Gaṅgâdhara también siguió su camino hacia el norte.

Llegó a Benarés y vivió allí durante más de diez años, dedicando su tiempo a bañarse, rezar y otras ceremonias religiosas. Se olvidó por completo del tigre, de la serpiente, de la rata y del orfebre.

Después de diez años de vida religiosa, le vinieron a la mente pensamientos sobre su hogar y sobre su hermano. “Ya he conseguido suficientes méritos con mis prácticas religiosas, ojalá pueda regresar a casa”. Así pensó Gaṅgâdhara, e inmediatamente emprendió el camino de regreso a su país.

Recordando la profecía de su padre, regresó por el mismo camino por el que había ido a Benarés diez años antes. Volviendo sobre sus pasos llegó al pozo en ruinas donde había liberado a los tres reyes salvajes y al orfebre. Inmediatamente los viejos recuerdos acudieron a su mente y pensó en el tigre para probar su fidelidad. Sólo pasó un momento, y el rey tigre llegó corriendo hacia él llevando una gran corona en la boca, cuyo brillo eclipsó durante un tiempo incluso los brillantes rayos del sol. Dejó caer la corona a los pies de su dador de vida, y dejando a un lado todo su orgullo, se humilló como un gatito ante los pies de su protector, y comenzó con las siguientes palabras:

—¡Mi dador de vida! ¿Cómo es que se ha olvidado de mí, su pobre servidor, durante tanto tiempo? Me alegra saber que todavía ocupo un rincón de su mente. Nunca podré olvidar el día en que fui salvado por sus manos de loto. Tengo varias joyas conmigo de poco valor. Esta corona, siendo la mejor de todas, la he traído aquí como un único adorno de gran valor y, por lo tanto, fácilmente portátil y útil para que se lo lleve a su propio país.

Gaṅgâdhara miró la corona, la examinó una y otra vez, contó y recontó las gemas y pensó para sí que se convertiría en el más rico de los hombres separando los diamantes y el oro y vendiéndolos en su propio país. Se despidió del rey tigre, y después de su desaparición pensó en el rey de las serpientes y de las ratas, que vinieron a su vez con sus regalos, y después de las habituales formalidades e intercambio de palabras se despidieron.

Gaṅgâdhara estaba sumamente encantado por la fidelidad con la que se comportaban las bestias y siguió su camino hacia el sur. Mientras caminaba, se dijo así:

—Estas bestias han sido muy fieles en su ayuda. Por lo tanto, mucho más debe ser fiel Mâṇikkâśâri. No quiero nada de él ahora. Ya cupa demasiado espacio en mi equipaje esta corona y podría despertar la curiosidad de algunos ladrones en el camino. Pasaré ahora por Ujjaini, Mâṇikkâśâri me pidió que lo viera sin fallar en mi viaje de regreso. Lo haré y le pediré que funda la corona y separe los diamantes y el oro. Él debería tener al menos ese detalle conmigo. Luego enrollaré estos diamantes y la bola de oro en mis harapos y emprenderé el camino de regreso a casa.

Así, pensando y pensando, llegó a Ujjaini.

Inmediatamente preguntó por la casa de su amigo orfebre y lo encontró sin dificultad. Mâṇikkâśâri estaba sumamente encantado de encontrar en su umbral a aquel que diez años antes, a pesar de los consejos que le habían dado repetidamente el tigre, la serpiente y la rata de aspecto sabio, lo había librado del pozo de la muerte. Gaṅgâdhara inmediatamente le mostró la corona que había recibido del rey tigre, le contó cómo la había conseguido y le pidió su amable ayuda para separar el oro y los diamantes. Mâṇikkâśâri accedió a hacerlo y, mientras tanto, le pidió a su amigo que descansara un rato, que se diera un baño y comiera, Gaṅgâdhara, que era muy constante en sus ceremonias religiosas, fue directamente al río a bañarse.

¿Cómo surgió una corona en las fauces de un tigre? No es una cuestión difícil de resolver. El tigre debió haberse comido a algún rey, de no ser así, no tendría sentido que un tigre tuviese semejante corona. Aun así fue, el rey de Ujjaini había ido una semana antes con todos sus cazadores a una expedición de caza. De repente, el mismísimo rey tigre salió del bosque, agarró al rey y desapareció. Los cazadores regresaron e informaron al príncipe sobre la triste calamidad que le había sucedido a su padre. Todos vieron al tigre llevándose al rey. Sin embargo, ninguno tubo el coraje para atacar al tigre y poder llevar el cadáver del rey ante su hijo el príncipe.

Cuando informaron al príncipe de la muerte de su padre, lloró y se lamentó, y anunció que daría la mitad de su reino a cualquiera que le trajera noticias sobre el asesino de su padre, pues el príncipe no creía en absoluto que su padre fuera devorado por el tigre. El pensaba que algunos cazadores, que codiciaban los ornamentos que llevaba el rey, lo hubieran asesinado. Por eso había emitido el aviso.

El orfebre sabía muy bien que fue un tigre el que mató al rey, y no las manos de un cazador, ya que había oído de Gaṅgâdhara cómo había obtenido la corona, aún así, prevaleció la ambición de apoderarse de la mitad del reino, y decidió entrega a Gaṅgâdhara como el asesino del rey. La corona, prueba del delito, yacía en el suelo donde Gaṅgâdhara la dejó con plena confianza en Mâṇikkâśâri.

Antes del regreso de Gaṅgâdhara , el orfebre, escondiendo la corona bajo sus ropas, voló a palacio. Se presentó ante el príncipe, le informó que el asesino había sido capturado y colocó la corona ante él.

El príncipe lo tomó en sus manos, lo examinó e inmediatamente le dio la mitad del reino a Mâṇikkâśâri, y luego preguntó por el asesino.

—Se está bañando en el río y tiene tal o cual apariencia—, esta fue la respuesta del codicioso orfebre.

Inmediatamente, cuatro soldados armados volaron hacia el río y ataron al pobre Brâhmaṇ de pies y manos, mientras él estaba sentado en meditación, sin ningún conocimiento del destino que se cernía sobre él. Llevaron a Gaṅgâdhara ante la presencia del príncipe, quien apartó su rostro del asesino o supuesto asesino, y pidió a sus soldados que lo arrojaran al kârâgṛiham. En un minuto, sin saber la causa, el pobre Brâhmaṇ se encontró en las oscuras cuevas del kârâgṛiham.

En la antigüedad, el kârâgṛiham respondía a los propósitos de la cárcel moderna. Era un oscuro sótano subterráneo, construido con fuertes muros de piedra, en el que se metía a cualquier criminal culpable de un delito capital para que diera su último suspiro sin comer ni beber. Ese era el sótano en el que arrojaron a Gaṅgâdhara.

Pocas horas después de dejar al orfebre, se encontró dentro de una celda oscura que apestaba a cuerpos humanos, moribundos y muertos. ¿Cuáles fueron sus pensamientos cuando llegó a ese lugar?

—El orfebre me ha llevado a este miserable estado, y en cuanto al príncipe: ¿Por qué no habría de preguntarme cómo obtuve la corona? De nada sirve ahora acusar ni al orfebre ni al príncipe. Todos somos hijos del destino. Debemos obedecer sus órdenes. Daśavarshâṇi Bandhanam. Este es sólo el primer día de la profecía de mi padre. Hasta aquí sus profecías se han cumplido. ¿Pero cómo voy a pasar diez años aquí? Sin nada para comer ni beber, podría prolongar mi vida uno o dos días ¿Pero cómo podré sobrevivir diez años? No tiene sentido, moriré aquí. Pero antes de mi muerte, voy a pensar en mi fieles amigos salvajes.

Así reflexionó Gaṅgâdhara en la oscura celda subterránea, y en ese momento pensó en sus tres amigos. El rey tigre, el rey serpiente y el rey rata se reunieron inmediatamente con sus ejércitos en un jardín cerca del kârâgṛiham, y por más que pensaron no supieron qué hacer.

Tenían un propósito común: llegar a su protector, que ahora estaba en la oscura celda bajo tierra. Celebraron un consejo y decidieron hacer un pasaje subterráneo desde el interior de un pozo en ruinas hasta el kârâgṛiham.

El rey Rata emitió inmediatamente una orden a tal efecto a su ejército. Ellos, con sus ágiles dientes, perforaron el suelo hasta llegar a los muros de la prisión. Después de llegar allí, descubrieron que sus dientes no podían roer las duras piedras. Luego se encargaron los ratones paramélidos, perfectos para esta tarea, que con sus duros dientes, hicieron una pequeña hendidura en la pared para que una rata pudiera entrar y salir sin dificultad. Así lograron un paso hasta la celda.

El rey Rata entró primero para dar el pésame a su protector por su desgracia. El rey de los tigres envió un mensaje a través del rey serpiente de que se compadecía sinceramente de su dolor y que estaba dispuesto a prestar toda la ayuda para su liberación. También sugirió un medio para escapar. El rey Serpiente entró y le dio a Gaṅgâdhara esperanza. El rey rata se comprometió a suministrar provisiones a su protector.

—Cualesquiera que sean los dulces o el pan que se preparen en cualquier casa, todos y cada uno de ustedes deben tratar de llevar todo lo que puedan a nuestro benefactor. Cualquier ropa que encuentres colgada en una casa, córtala, sumerge los en agua y lleva las telas humedecidas a nuestro benefactor. ¡Él las exprimirá y obtendrá agua para beber! y el pan y los dulces constituirán su alimento.

Habiendo dado estas órdenes, el rey de las ratas se despidió de Gaṅgâdhara. Ellos, obedeciendo la orden de su rey, continuaron suministrando provisiones y agua.

El Nâgarâja dijo:

—Te doy mi más sentido pésame por tu calamidad. El rey tigre también se compadece plenamente de ti y quiere que te lo diga, ya que no puede arrastrar su enorme cuerpo hasta aquí como hemos hecho nosotros. El rey de las ratas ha prometido hacer todo lo posible para proporcionarte comida. Ahora haremos lo que podamos para su liberación. A partir de este día daremos órdenes a nuestros ejércitos para oprimir a todos los súbditos de este reino. El porcentaje de muertes por mordeduras de serpientes y tigres aumentará a partir de este día. Y día tras día seguirá aumentando hasta vuestra liberación. Después de comer lo que te traen las ratas, será mejor que te sientes cerca de la entrada del kârâgṛiham. Debido a las muchas muertes repentinas que ocurrirán, algunas personas que caminan por la prisión pueden decir: «Qué malvado se ha vuelto el rey. Si no fuera por su maldad, nunca se habrían producido tantas muertes espantosas por mordeduras de serpientes.» Cuando oigas a la gente hablar así, será mejor que grites para que te escuchen: «El desgraciado príncipe me encarceló bajo la falsa acusación de habiendo matado a su padre, mientras que fue un tigre el que lo mató a él. Desde aquel día estas calamidades han estallado en sus dominios. Si me liberaran, salvaría a todos con mis poderes para curar heridas venenosas y con encantamientos». Alguien puede informar de esto al rey, y si él lo sabe, obtendrás tu libertad.

Consolando así a su protector en apuros, le aconsejó que se armara de valor y se despidió de él. A partir de ese día, los tigres y las serpientes, actuando bajo las órdenes especiales de sus reyes, se unieron para matar tantas personas y ganado como fuera posible. Todos los días la gente era arrastrada por tigres o mordida por serpientes. Este caos continuó. Y Gaṅgâdhara continuó rugiendo tan fuerte como pudo, diciendo que salvaría esas vidas, si tan sólo tuviera su libertad. Pocos lo escucharon. Los pocos que lo hicieron tomaron sus palabras por la voz de un fantasma, pues pensaban “¿Cómo podría nadie vivir sin comer ni beber durante tanto tiempo?”.

Así pasaron meses y años.

Gaṅgâdhara se sentaba en el oscuro sótano, sin que la luz del sol cayera sobre él, y se deleitaba con las migas de pan y los dulces que las ratas tan amablemente le proporcionaban. Estas circunstancias cambiaron completamente su cuerpo. Se había convertido en un bulto de carne rojo, robusto, enorme y difícil de manejar. Así transcurrieron diez años completos, tal como se profetizó en el horóscopo: Daśavarshâṇi Bandhanam.

Diez años completos transcurrieron en estrecha prisión. La última noche del décimo año, una de las serpientes entró en el dormitorio de la princesa y le quitó la vida. Ella exhaló su último suspiro. Ella era la única hija del rey, no tenía ningún otro hijo o hija. Todas sus esperanzas estaban en ellas, y le fue arrebatada por una muerte cruel y prematura. El rey mandó llamar inmediatamente a todos los curanderos de mordeduras de serpiente. Prometió la mitad de su reino y la mano de su hija a quien la devolvería a la vida. Ahora bien, fue que un sirviente del rey, que había oído varias veces los gritos de Gaṅgâdhara, le informó del asunto.

El rey ordenó inmediatamente que se examinara la celda, y allí estaba el hombre sentado en él. ¿Cómo había logrado vivir tanto tiempo en la celda? Algunos susurraron que debía ser un ser divino, por lo que muchos creyeron que se ganaría la mano de la princesa devolviéndole la vida. discutieron y las discusiones llevaron a Gaṅgâdhara ante el rey.

Tan pronto como el rey vio a Gaṅgâdhara, cayó al suelo. Quedó impresionado por la majestuosidad y grandeza de su persona. Sus diez años de prisión en la profunda celda subterránea le habían dado una especie de brillo a su cuerpo, que no se encontraba en personas comunes y corrientes. Primero hubo que cortarle el pelo antes de que se le pudiera ver la cara. El rey pidió perdón por su falta anterior y le pidió que reviviera a su hija.

—Tráeme todos los cadáveres de hombres y ganado, moribundos y muertos, que permanezcan sin quemar ni sin enterrar dentro del alcance de tus dominios. Los reviviré a todos —. Estas fueron las únicas palabras que pronunció Gaṅgâdhara. Después cerró los labios como si estuviera en profunda meditación, lo que infundió más respeto que nunca.

A cada minuto empezaron a llegar carros cargados de cadáveres de hombres y ganado. Se dice que incluso las tumbas fueron abiertas y los cadáveres enterrados uno o dos días antes fueron sacados y enviados para el avivamiento. Tan pronto como todos estuvieron listos, Gaṅgâdhara tomó un recipiente lleno de agua y la roció sobre todos ellos, pensando sólo en el rey Tigre y el rey Serpiente. Tras esto, todos se levantaron como de un profundo sueño y se dirigieron a sus respectivos hogares.

La princesa también volvió a la vida. La alegría del rey no tuvo límites.

Maldijo el día en que lo encarceló, se reprochó haber creído la palabra de un orfebre y le ofreció la mano de su hija y de todo el reino, en lugar de la mitad como había prometido. Gaṅgâdhara no aceptó nada.

El rey le pidió que pusiera fin para siempre a estas calamidades. Él accedió a hacerlo y pidió al rey que reuniera a todos sus súbditos en un bosque cerca de la ciudad.

—Allí convocaré a todos los tigres y serpientes y les daré una orden general.

Así dijo Gaṅgâdhara, y el rey dio la orden en consecuencia. Fueron al bosque cerca de Ujjaini, que ya estaba lleno de gente reunida. Todos pensaban y murmuraban así:

—Él no es ningún hombre, esto es seguro. ¿Cómo pudo haber vivido diez años sin comer ni beber? Seguramente es un dios—. Así especulaba la multitud.

Cuando toda la ciudad estuvo reunida, justo al anochecer, Gaṅgâdhara se quedó mudo por un momento y pensó en Vyâghrarâja y Nâgarâja, el rey Serpiente y el rey Tigre, que llegaron corriendo con todos sus ejércitos. La gente empezó a huir al ver los tigres. Gaṅgâdhara les aseguró que estaban a salvo y los detuvo.

La grisácea luz de la tarde, el color calabaza de Gaṅgâdhara, las cenizas sagradas esparcidas profusamente sobre su cuerpo, los tigres y serpientes humillados a sus pies, le dieron la verdadera majestuosidad de dios Gaṅgâdhara. ¿Quién más con una sola palabra podría comandar vastos ejércitos de tigres y serpientes?, decían algunos entre el pueblo. «No te preocupes por eso; puede ser por arte de magia. Eso no es gran cosa. El hecho de que haya revivido carros llenos de cadáveres lo convierte seguramente en Gaṅgâdhara”, dijeron otros. La escena produjo un gran efecto en las mentes de la multitud.

—¿Por qué, hijos míos, deberíais molestar así a estos pobres súbditos de Ujjaini? Respóndeme y de ahora en adelante desiste de tus estragos—. Así dijo el hijo del Adivino, y vino la siguiente respuesta del rey de los tigres;

—¿Por qué este vil rey le encarceló, honorable Gaṅgâdhara, creyendo únicamente la mera palabra de un orfebre de que usted mató a su padre? Todos los cazadores le dijeron que a su padre se lo había llevado un tigre. Yo era el mensajero de la muerte enviado para asestarle el golpe en el cuello a su padre. Lo hice, le quité la corona y se la di a usted, Gaṅgâdhara. El príncipe no hizo ninguna pregunta y en seguida le encarceló. ¿Cómo podemos esperar justicia de un rey tan estúpido como ese? A menos que adopte un mejor estándar de justicia, continuaremos con nuestra destrucción.

El rey lo escuchó, maldijo el día en que creyó en la palabra de un orfebre, se golpeó la cabeza, se rasgó los cabellos, lloró y se lamentó por su crimen, pidió mil perdones y juró gobernar con justicia desde aquel día.

El rey serpiente y el rey tigre también prometieron cumplir su juramento mientras prevaleciera la justicia, y se despidieron.

El orfebre huyó para salvar su vida, pero fue capturado por los soldados del rey y perdonado por el generoso Gaṅgâdhara, cuya opinión era considerada superior a todas las demás. Todos regresaron a sus hogares.

El rey volvió a presionar a Gaṅgâdhara para que aceptara la mano de su hija. Él accedió a hacerlo, no entonces, sino algún tiempo después. Deseaba ir a ver a su hermano mayor primero y luego regresar y casarse con la princesa. El rey estuvo de acuerdo; y Gaṅgâdhara salió de la ciudad ese mismo día de camino a casa.

Sucedió que, sin darse cuenta, tomó un camino equivocado y tuvo que pasar cerca de la costa del mar. Su hermano mayor también estaba de camino a Benarés por esa misma ruta. Se encontraron y se reconocieron, incluso en la distancia. Corrieron uno hacia los brazos del otro. Ambos permanecieron quietos por un tiempo casi inconscientes de la alegría. La emoción del reencuentro era tan grande, especialmente en Gaṅgâdhara, que resultó peligroso para su vida. En unas palabras: murió de alegría.

Es mejor imaginar el dolor del hermano mayor que describirlo. Volvió a ver a su hermano, después de haber perdido toda esperanza de encontrarlo. Ni siquiera le había preguntado por sus aventuras, cuando ante sus ojos, la mano cruel de la muerte se lo arrebata. El dolor fue insoportable, lloró y se lamentó, tomó el cadáver en su regazo, se sentó bajo un árbol y lo mojó con lágrimas. Pero no había esperanzas de que su hermano muerto volviera a la vida.

El hermano mayor era un devoto adorador de Gaṇapati. Eso era un viernes, un día muy sagrado para ese dios. El hermano mayor llevó el cadáver al templo de Gaṇêśa más cercano y invocó a su dios. El dios vino y le preguntó qué quería.

—Mi pobre hermano desaparecido, está muerto; y este es su cadáver. Por favor, mantenlo a tu cargo hasta que termine de adorarte. Si lo dejo en otro lugar los demonios me lo podrán arrebatar cuando esté ausente adorándote, después de terminar una pûjâ dedicada a ti, lo incineraré según la tradición.

Esto dijo el hermano mayor y, entregando el cadáver al dios Gaṇêśa, fue a prepararse para los ceremoniales de esa deidad y el funeral de su hermano. Gaṇêśa entregó el cadáver a sus Gaṇas, pidiéndoles que lo cuidaran cuidadosamente.

Así, un niño mimado recibe una fruta de su padre, quien, cuando se la da, le pide que la guarde. El niño, con la fruta en la mano, piensa: «Mi padre me perdonará si doy un mordisco a la fruta». Entonces da un mordisco, y como le sabe tan dulce, se come la fruta entera, pensando: “¿Qué hará, después de todo, qué podrá hacer mi padre si me como la fruta? Tal vez me de un azote, o quizás me perdone”. De la misma manera, estos Gaṇas de Gaṇapati primero comieron una porción del cadáver, y cuando lo encontraron dulce, porque sabemos que estaba repleto de los dulces de las amables ratas, lo devoraron entero y comenzaron a pensar sobre la mejor excusa para ofrecer a su amo por su desobediencia.

El hermano mayor, después de terminar el pûjâ, exigió al dios el cadáver de su hermano. El dios llamó a sus Gaṇas, quienes llegaron al frente parpadeando y temiendo la ira de su amo. Cuando Gaṇêśa vio lo que habían hecho se enfureció mucho. Y el hermano mayor también estaba muy enojado, al ver que el cadáver de su hermano no aparecía, aseveró tajantemente:

—¿Después de toda la fe que he procurado en ti? ¿Ni siquiera me puedes devolver el cadáver de mi hermano?.

Gaṇêśa estaba muy avergonzado y se compadeció del dolor de su adorador, entonces él, por su poder divino, le dio un Gaṅgâdhara vivo en lugar del cadáver.

Así fue devuelto a la vida el segundo hijo del Adivino.

Los hermanos conversaron largamente sobre las aventuras de cada uno. Ambos fueron a Ujjaini, donde Gaṅgâdhara se casó con la princesa y le sucedió en el trono de ese reino.

Reinó durante mucho tiempo, concediendo varios beneficios a su hermano. ¿Cómo se debe interpretar el horóscopo? Se celebró un sínodo especial de adivinos. Se sugirieron mil enmiendas. Gaṅgâdhara no los aceptó. Por fin, un adivino cortó el nudo al detenerse en un lugar diferente y leer: “Samudra tîrê maraṇam kiñchit”, «En la orilla del mar, la muerte durante algún tiempo». Luego “Bhôgam bhavishyati”; «Habrá felicidad para la persona interesada». Así se interpretó el pasaje.

—Sí. Los pronósticos de mi padre se realizaron”, dijo Gaṅgâdhara.

Los tres reyes salvajes continuaron visitando con frecuencia al hijo del adivino, el entonces rey de Ujjaini. Incluso el orfebre infiel se convirtió en un visitante frecuente del palacio y en receptor de varios beneficios de manos reales.

Cuento popular de la India, recopilado por Natesa Sastri (1859–1906)

Natesa Sastri

Paṇḍit Naṭêsá Sástrî o Natesa Sastri (1859-1906) fue un hindú políglota y erudito.

Hablaba 18 idiomas y transcribió distintas obras al inglés, entre ellos cuentos y textos folclóricos de la India.

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