Cuento narrado: El príncipe mudo
Video El príncipe mudo
Había una vez dos reyes que eran muy amigos; y se prometieron que, si uno tenía un hijo y el otro una hija, los casarían.
Narración, cuento popular catalán: El príncipe mudo
Llegó el tiempo en que uno tubo un hijo, y el otro una hija, y todo era felicidad mientras los príncipes crecían.
Pero al poco se dieron cuenta que el príncipe no hablaba. No decía una sola palabra. Esto preocupó mucho a los padres, pero también preocupó a los padres de la princesa con quien debía casarse, pues no podían permitir que su hija se casara con un mudo.
Y viendo que nunca decía nada, y corriéndose la noticia de que el príncipe era mudo, el rey, padre de la princesa, envió un mensaje al otro rey, diciéndole que su hija se podía casar con quien quisiera, pues su hijo era mudo, no decía ni palabra, y esto anulaba el compromiso que habían asumido.
El otro rey respondió, que lo entendían; aunque le entristeció mucho la noticia.
Los años pasaron y el joven príncipe no hablaba. Entonces los pobres padres, todo desconsolados, decidieron que fuera por el mundo, pensando que así, viento diferentes cosas nuevas, hablaría. Le ensillaron un buen caballo. Le encontraron un criado, y el chico marchó.
Por el camino, el criado le preguntaba cosas para que hablara, más el príncipe nunca respondía.
Al fin, de tanta y tanta pregunta, el príncipe quemado de que el otro le preguntase: ¿qué es eso? ¿qué es aquello?
—Un pino — respondió.
El criado se volvió loco de alegría.
—Volvámonos a casa que los reyes se alegrarán mucho cuando sepan que habláis.
Mas el príncipe, que no le convenía volver a casa, le dijo:
—Si mis padres te han dado cien monedas para que me hagas hablar, yo te daré doscientas si dices que no hablo.
El criado, viendo el buen trato, continuó el camino hasta que llegaron a la ciudad de los padres de la princesa.
Callejearon hasta encontrar una calle estrecha y el príncipe vio una vieja a la que le dice:
—Abuela, buena abuela ¿cómo podría hacer para llegar a ver a la princesa?
Y la vieja le respondió:
—Hazte fabricar una rueca de plata y la llamas por debajo de la ventana, y cuando te diga cuánto quieres por ella, le respondes: Sólo quiero besarle un pie.
El chico fue a un artesano y le encomendó que le hiciera la rueca de plata, tan hermosa que nunca antes se hubiera hecho nada tan perfecto.
El artesano la hizo, y cuando la tubo lista se la entregó al chico. El príncipe se disfrazó de marchante y empezó a pasear por el palacio, pasando calle arriba y abajo, justo debajo de la ventana de la princesa.
—¿Quién me quiere comprar esta rueca? ¿Quién me quiere comprar esta rueca?
La princesa lo escuchó y le dijo a su sirvienta:
—Ve, y mira que rueca es.
La sirvienta asomó la cabeza por la ventana, vio la rueca tan preciosa y le dijo a la princesa:
—¡Ah, princesa, que rueca tan bonita, luce como una estrella.
—¡Comprala entonces!
La sirvienta salió a la calle y llama al mercader.
—Mercader, ¿Cuánto quieres por esta rueca?
—Ni oro ni plata.
—¿Entonces?
—Besar los pies de vuestra dama.
—¡ Que poca vergüenza! Si el rey lo supiera, os colgaría.
—No tiene otro precio.
La sirvienta subió a la habitación de la princesa y ella le preguntó:
—¿Cuánto pide?
—¡Ay princesa! Solo os la dará si puede besaros los pies.
—Eso si que no, por mi vida.
En eso que se vuelva a escuchar al príncipe desde la calle.
—¿Quién me compra esta rueca?
La sirvienta volvió a salir a la ventana y al verla tan bonita y que relucía como una estrella, dijo:
—Princesa, si fuera usted, la compraría.
—No, por mi vida.
—¡Es que es tan bonita! Os descalzaré yo misma y así será solo un momento, que os bese los pies y podréis tener una rueca como ninguna otra.
La princesa al fin consistió. La sirvienta bajó a la calle, llamó al mercader, este subió, besó los pies de la princesa y le entregó la rueca.
Cuando lo hizo, el príncipe volvió a ver a la vieja.
—Abuela, buena abuela, hice lo que me dijiste, ¿Cómo podría hacer para ver a la princesa otra vez?
La vieja le dijo:
—Fabrica un huso de oro, cuando lo tengas, ve a palacio y debajo la ventana de la princesa, grita: ¿Quién me compra este huso de oro?¿Quién me compra este huso de oro? Cuando bajen a comprarlo, diles que no lo vas a vender si no es por un beso y un abrazo de la princesa.
El príncipe fue a ver al artesano de nuevo y le pidió un huso de oro, como ninguna antes se hubiera visto en todo el reino.
El artesano se puso a trabajar y cuando lo tuvo hecho, se lo entregó al príncipe. Se vistió de mercader y fue hacia la ventana de la princesa y empezó a gritar:
—¿Quién me compra este huso de oro? ¿Quién me compra este huso de oro?
La sirvienta lo escuchó y llena de curiosidad, salió a la ventana y vio el huso de oro brillante como un sol. Fue a la princesa y le dijo:
—¡Ay princesa! Que huso de oro tan bonito y reluciente que vende ese mercader, está todo hecho de oro, que parece un sol reluciente al mediodía.
— Bien, ve a ver cuanto quiere.
La sirviente baja a la calle y grita:
—Mercader, ¿Cuánto quieres por este huso de oro?
—Ni oro ni plata.
—¿Entonces?
—Un beso y un abrazo de la princesa.
—¡Que poca vergüenza! Si el rey lo supiera, haría colgarte.
—No tiene otro precio.
La sirvienta volvió a subir y le preguntó la princesa:
—¿Cuánto pide?
—Solo quiere un beso y un abrazo de vos, mi princesa.
—Eso si que no, por mi vida.
El príncipe volvió a gritar:
—¿Quién me compra este huso de oro?
La sirvienta salió otra vez a la ventana y al ver el huso tan bonito que parecía un sol brillante al medio día, dijo a la princesa:
—Princesa, si yo fuera usted lo compraría. ¿Qué haréis de una rueca sola, si no tenéis un huso que os sirva?
—No, por mi vida.
—Simplemente por un beso y un abrazo, nadie lo verá. Y será un momento. Es tan reluciente y bonito…
La princesa cedió y le dijo a la sirvienta que fuera a buscarlo.
Entonces la sirviente bajó a la calle, llamó al mercader, lo hizo subir, este le dio un abrazo y un beso a la princesa, y entregó el huso. Cuando lo hubo hecho el príncipe volvió a ver a la vieja.
—Abuela, buena abuela, ya hice lo que me dijiste ¿Cómo puedo hacer para poder volver a la princesa?
Y la abuela le dijo:
—Ve a la casa del mejor artesano y que te haga unas aspas de oro y plata para tejer, con un brillante en la parte superior y rodeado de piedras preciosas violetas. Cuando lo tengas hecho, ve al palacio de la princesa y grita: “¿Quién quiere comprarlo?” y no se lo vendas a no ser que acepte a dormir una noche contigo.
El príncipe fue al mejor artesano y le pidió que le fabricara las aspas tal como le dijo la abuela. Cuando las tubo hechas, se puso debajo de la ventana de la princesa y empezó a gritar:
—¿Quién me compra estas aspas de oro y plata? ¿Quién me compra estas aspas de oro y plata?
La sirvienta lo escucha y rápidamente se asoma a la ventana.
—¡Ay, princesa!¡Qué aspas más bonitas! Son todas de oro y plata, con un brillante en el centro, y rodeadas de piedras preciosas ¡Compradlo!
—Bien, ve a ver cuánto pide.
La sirviente que baja a la calle y grita al mercader:
—Buen hombre, ¿cuánto queréis por estas aspas?
—Ni oro ni plata.
—Entonces.
—Dormir una noche con la princesa.
—¡Ay, desvergonzado! Si el rey lo supiera, os colgaría.
—No los doy por ningún otro precio.
La sirviente subió a la habitación y la princesa le preguntó:
—¿Cuánto pide?
—Sólo quiere dormir una noche con usted, princesa.
—¡Esto sí que no lo haré! ¡Por mi vida!
Y el príncipe desde abajo vuelve a gritar:
—¿Quién me compra estas aspas todas de oro y plata, con un brillante en el centro y llenas de piedras preciosas violetas?
La sirviente saca la cabeza por la ventana, y al ver aquellas aspas dice:
—Si yo fuera usted princesa, los compraría.
—No, por mi vida.
—¡Son tan bonitos! Parecen un cielo en una noche estrellada. ¿Qué haréis de un huso y una rueca si no tenéis aspas? Compradlos princesa. Si es el caso, podemos dar semillas de adormidera al mercader y no lo despertaremos hasta mañana por la mañana cuando tenga que irse.
—Bien, compradlos.
La sirviente baja a la calle, llama al mercader, lo hace subir, y la princesa le compra las aspas.
A la hora de cenar, le dieron con la comida semillas de adormidera y el príncipe, que se dio cuenta, lo tiró por detrás de la silla, y como era muy astuto, hizo ver que se dormía.
Cuando creyeron que estaba dormido, la princesa y la sirviente lo pusieron en el lecho de la primera, en el que ella también se acostó.
A la mañana siguiente, el príncipe pidió a la princesa que le diera un collar de perlas que llevaba, y la princesa se lo dio.
Se despidieron, y el príncipe, acompañado del criado, se volvió a casa.
Cuando llegó a su reino, los padres le preguntaron al criado si había conseguido que el joven príncipe hablara, el criado les dijo que no, y ellos se quedaron muy tristes por la noticia.
Al cabo de un tiempo, los reyes, padres de la princesa, enviaron un mensaje al príncipe que su hija había cogido una gran tristeza y trataban de casarla para que superase su pena. Habían concertado una boda con un marqués y les invitaban a la ceremonia.
Los reyes trataron de ir, mas dijeron – ¿qué haríamos de ir con el príncipe si es mudo, y todavía tendrá más pena? Así que llegado el día, se fueron a las bodas de la princesa, y dejaron al príncipe sólo en casa.
El príncipe cuando se percató de que se habían ido sin él, se engalanó con sus mejores ropas, subió a su caballo y llegó al palacio de la princesa cuando todos los invitados estaban en la mesa. Estos se extrañaron mucho, pues sabían que el príncipe era mudo, y sobre todo sus padres que se llevaron un gran disgusto por la pena que les daba.
Los padres de la princesa lo agasajaron según el protocolo dictaba para su linaje real, y continuaron con la ceremonia con toda la alegría hasta que llegaron a los postres que empezaron las adivinanzas.
Cada uno dijo la suya, con gran broma para todos, y cuando tocó al príncipe, lo iban a saltar, pero el príncipe se alzó y dijo:
Una mañana
Salí a cazar;
Disparé a una pieza,
La maté;
Ella se escapó,
Y sólo la piel me dejó.
Y se quitó el collar de perlas que le había dado la princesa ante la admiración de todos, y de la gran alegría de sus padres, de la alegría de la princesa, que no tenía idea de lo que pasaba, y estaba sonrojada de vergüenza.
Cuando los padres de la princesa se dieron cuenta del collar y supieron que era de su hija, lo entendieron todo, y deshicieron el compromiso con el marqués. La casaron con el príncipe con gran alegría de los respectivos padres por la promesa antigua, y todavía más del príncipe y la princesa, que fueron felices por todos los años de su vida.
Cuento popular catalán, recopilado por Francisco Maspons y Labrós (1840-1901)
Francisco Maspons y Labrós (1840-1901) fue un folklorista, escritor y jurista español, de Granollers del Vallés (Cataluña).
Recopiló y adaptó cuentos populares y leyendas de tradición oral catalanas.