Había, como muchos otros en el mundo, un hombre y una mujer sobrecargados de hijos y muy pobres. La mujer ya no sabía qué hacer y dijo que iría a mendigar.
Y se fue, muy, muy, muy lejos, y llegó a la ciudad de las hadas. La mujer les contó a las hadas todos los hijos que tenía, y a las hadas les dió mucha lástima, por lo que le dieron muchas limosnas. Y la reina de las hadas, además, le dio otras veinte libras de oro y le dijo:
—Si me das a tu hijo cuando estés embarazada, te daré una gran cantidad de oro.
La mujer le respondió:
—Ya elegí madrina para mi próximo bebé, pero hablaré con mi marido y le preguntaré que haremos.
—Ve entonces con tu marido y regresa en una semana con la decisión.
La mujer llegó a su casa, fatigada por el peso de tantas limosnas. Su marido se asombró al ver que la mujer hubiese cargado tanto peso y ella le contó lo que había pasado con la reina de las hadas, y él le dijo que estaba de acuerdo con que el hada fuese la madrina de su bebé.
Al final de a semana regresó y le dijo a la reina que la aceptaban como madrina. Entonces la reina hada le dijo:
—Bien. No hace falta que me cuentes cuando estés embarazada, yo lo sabré. Y el bebé vendrá muy pronto y bien.
Al cabo de una semana, la mujer tubo una hija. Ese día la reina de las hadas llegó, tal y como había dicho, con una mula cargada de oro.
Llevaron al bebé a ser bautizado, y al regresar a casa, la madrina y la niña se fueron volando.
Los padres se consolaron con sus otros hijos, pensando que ella sería más feliz en la casa de la reina de las hadas.
La reina levó a la pequeña a su casa, en un risco de una montaña. Tenía otra ahijada, que era su perrita, cuyo nombre era Arrosa, y a su nueva ahijada la llamó Arrosa Polita, y le dio un brillo de diamantes en medio de la frente.
Arrosa Polita era tan bonita… Creció en el risco de la montaña, divirtiéndose con la perra. Y la niña le dijo a la perra un día:
—¿La reina no tiene otras casas? Estoy cansado de estar siempre aquí.
El perro le dijo:
—Sí, ella tiene uno muy lindo al lado del camino del rey, y hablaré de ello con mi madrina.
Entonces la perra le dijo a la madrina que Arrosa Polita estaba aburrida y le preguntó si podrían cambiar de casa.
La reina hada aceptó y se fueron. Cuando llevaban un tiempo en la nueva casa, un día que Arrosa Polita estaba en el balcón, y pasó por delante el hijo de un rey, y quedó asombrado de la belleza de Arrosa Polita.
El príncipe le rogó y le rogó que lo mirara otra vez, y le preguntó si no quería ir con él. Y el perro le dijo:
—No, que se lo tiene que decir a su madrina—. Entonces el perro dijo, aparte:
—No, sin mí ella no irá a ninguna parte.
Este príncipe le dijo:
—Pero yo también te llevaré a ti de buena gana; pero ¿Cómo puedo encontrarte?
Arrosa le dijo:
—Así como todas las noches le doy a mi madrina siempre un vaso de buen licor para que duerma bien, como por error, en lugar de medio vaso, le daré el vaso lleno, y como ella no podrá levantarse para cerra la puerta como suele hacer, entonces tomaré la llave. Haré como que cierro la puerta pero la dejaré abierta, y le devolveré la llave a mi madrina. Luego, como la puerta estará abierta, tú la abrirás cuando vengas. Ella no escuchará nada pues estará profundamente dormida.
El príncipe acepto y prometió volver a medianoche en su carro volador.
Cuando llegó la noche, Arrosa le dio a su madrina el buen trago en un vaso hasta el borde. La madrina dijo:
—¡Qué! ¡Pero está lleno!
—Dormirás mucho mejor, madrina.
—Tienes razón—, y se lo bebe todo.
Pero ya no podía levantarse para cerrar la puerta del sueño que tenía.
Arrosa le dijo:
—¡Madre! Yo cerraré la puerta hoy, quédate donde estás y descansa.
La hada madrina le dio la llave, y Arrosa la giró y la giró una y otra vez en el ojo de la cerradura, haciendo como si la hubiese cerrado pero dejándola abierta. Luego devolvió la llame a su madrina, y esta es la metió en el bolsillo.
Adormilada fue a la cama y se durmió.
Arrosa y Arrosa Polita no se acostaron ni se durmieron, y a medianoche llegó el príncipe con su carro volador, y se las llevó con él.
Al día siguiente Arrosa le dijo a Arrosa Polita:
—No eres tan bonita como ayer — y mirando fijamente le dijo, —hoy te ves muy fea.
Arrosa Polita dijo:
—Mi madrina debió haberme quitado el brillo del diamante.
Y Arrosa le dijo:
—Debes ir con la madrina y pedirle que me devuelva el brillo que tenías antes.
Arrosa no quería ir, tenía miedo, y Arrosa Polita le rogó tanto que se quitó el vestido plateado y partió. Cuando llegó a la montaña, comenzó a gritar:
—¡Mamá divina! ¡madre mía! Dale a Arrosa Polita su hermoso brillo como antes. Estaré enojada contigo para siempre si no lo haces, y verás lo que te sucederá.
La madrina le dijo:
—Ven aquí, entra, te daré el desayuno.
Ella dijo:
—Tengo miedo de que me pegues.
—¡No! ¡No! — respondió la madrina — No te pegaré. Ven rápido.
—¿Le darás a Arrosa Polita su brillo?
—Sí, sí, ya lo tiene.
Entonces Arrosa entró, y la reina de las hadas le lavó los pies y se los secó, luego la puso sobre el cojín de terciopelo y le dio un poco de chocolate. Le dijo:
—Se donde está Arrosa Polita, y se que se casará. Dile de mi parte que no se preocupe por nada de la boda ni del banquete, que yo iré el día señalado.
Arrosa se marchó entonces y mientras caminaba por la ciudad, donde estaba Arrosa Polita, escuchó a dos señoras que decían a dos caballeros:
—¿Qué clase de esposa es la que va a tomar nuestro hermano? No debe de ser como nosotros, porque la mantiene encerrada y no se la ha enseñado a nadie. Vayamos a verla.
El perrito Arrosa les dijo:
—No se parecen en nada a ustedes, horribles labios de grasa, tal como son. Ya la veréis… sí.
Cuando los jóvenes caballeros oyeron eso, estaban listos para atravesar con sus espadas al pobre perrito por su insolencia. Pero Arrosa marchó rápido a ver a Arrosa Polita que estaba escondida y le contó todo lo sucedido.
Luego el rey proclamó que quien contara dónde estaba el perrito Arrosa, sería asesinado.
cuando llegó el día de la boda, llegó la reina hada a la habitación de sus ahijadas. Traía para el primer día de la ceremonia un manto de diamantes, para el segundo día, un manto de oro, y para el tercer día, uno de plata.
Arrosa Polita estaba preciosa con su brillo de diamantes y su vestido de diamantes, resplandecía. La madrina le dijo a Arrosa Polita que no temiera a sus cuñadas ni su envidia, que no podrían acercarse a ella. Entonces, Arrosa Polita salió de su habitación, vestida y preparada para la boda.
Sus cuñadas no podían mirarla de tanto que deslumbraba y se dijeron una a la otra:
—La perrita tenía razón cuando dijo que era hermosa esta señora.
Durante tres días, Arrosa Polita caminó, danzó y habló con los invitados, estaban todos asombrados con su belleza. Cuando terminó la fiesta, la madrina se fue a su casa, pero Arrosa no dejaría sola a Arrosa Polita.
Ese día, la madrina le dijo a Arrosa Polita que había nacido de unos padres muy pobres y que una vez les ayudó, pero que todo cuando les había dado, ya se habría agotado.
Arrosa Polita buscó a sus padres y sus hermanos y les ayudó lo suficiente para que pudieran vivir cómodamente. Ella misma tuvo cuatro hijos, dos niños y dos niñas, y si habían vivido bien, habían muerto bien.
Cuento popular vasco, recopilado por Wentworth Webster (1828-1907)
Wentworth Webster (1828 – 1907) fue un escritor británico.
Estudió con detalle la cultura euskaldún, recopilando mitos, leyendas y cuentos de hadas de Euskadi (País Vasco).