Había una vez un hombre y una mujer que vivían cómodamente en una preciosa casa.
Una tarde, mientras la mujer hilaba, se le acercó un hada, y como no pudo deshacerse de ella, le dio jamón. Al ver que le gustaba, todas las noches le daba un poco de jamón para comer, y todas las tardes, el hada regresaba y pedía un poco más.
Ocurrió que un día se cansaron de su hada, y la mujer le dijo a su marido:
—No puedo soportar a este hada. Ojalá pudiera ahuyentarla.
Y el marido tramó vestirse con la ropa de su mujer, como si fuera ella, y así lo hizo. Cuando la esposa se fue a la cama, el marido quedó solo en la cocina y el hada llegó como de costumbre y el hada le dijo:
—Buen día señora.
—Lo mismo para ti también, siéntate.
—Antes hacías chirin, chirin, pero ahora haces firgilun, fargalun.
El hombre responde:
—Sí, ahora estoy cansado.
Como su mujer le daba jamón para comer, el hombre también le ofrece un poco.
—¿Quieres cenar ahora?
—Sí, por favor—, respondió el hada.
Entonces puso la sartén al fuego con un poco de jamón. Mientras la carne se cocinaba, y cuando estaba al rojo vivo, le arrojó la sartén y la comida ardiendo a la cara del hada. La pobre hada comenzó a gritar de dolor, y rápidamente llegaron treinta de sus amigas.
—¿Quién te ha hecho daño?
—Yo, a mí misma, me he lastimado —dijo el hada que no quiso reconocer lo que había pasado.
—Si lo has hecho tú mismo, cúralo tú misma.
Y todas las hadas se fueron.
Desde entonces, no volvió ningún hada a esa casa. El hombre y la mujer, que vivían acomodadamente, pero desde que el hada ya no iba a su casa, la casa y su vida poco a poco se arruinó, y su vida transcurrió en la miseria.
Si hubieran vivido bien, también habrían muerto bien.
Cuento popular vasco, contado por Estefanella Hirigaray, recopilado por Wentworth Webster (1828-1907)
Wentworth Webster (1828 – 1907) fue un escritor británico.
Estudió con detalle la cultura euskaldún, recopilando mitos, leyendas y cuentos de hadas de Euskadi (País Vasco).