Esta es la historia de un hombre que cayó en una grieta de una montaña y finalmente debe ser sacado de su miseria con un disparo es conocida en muchas partes de nuestro país y a menudo se cuenta como un hecho real.
El primo Thys y el primo Sagrys fueron a cazar. En la llanura no pudieron encontrar mucho. Decidieron ir a la montaña, pero la caza siguió siendo escasa. Bastante cansados y desanimados, se sentaron bajo un gran árbol.
-Haré un fuego y luego herviremos un poco de agua-, dijo el primo Thys.
-Mientras tanto, voy a buscar agua y luego podemos preparar un poco de café-, dijo el primo Sagrys.
Caminó siguiendo el sonido de un arroyo, pero el manantial estaba en un desfiladero más profundo de lo que pensaba, y entonces quiso detenerse, pero en ese momento, su pie se resbaló y cayó en una grieta de la roca.
-¡Ayuda ayuda!- gritó el primo Sagrys.
-¡Ayuda ayuda! gritó el eco.
El primo Thys se sobresaltó sentado junto al pequeño fuego. De un salto se levantó y gritó:
-¡Ya voy! ¡Ya voy, amigo mío!
Entonces el primo Thys buscó a su amigo que seguía llorando y el eco seguía repitiendo el quejido, hasta que encontró el lugar. Pero la hendidura era demasiado profunda para que él pudiera alcanzarlo, y demasiado estrecha para entrar.
– Primero romperé una rama larga -, dijo el primo Thys.
-¡Date prisa! ¡Solo date prisa!- respondió el primo Sagrys.
-¡Solo date prisa! – repitió el eco.
Pero la rama más larga que encontró el primo Thys, era demasiado corta para alcanzar a su amigo.
– Ahora, iré a conseguir un cinturón -, dijo el primo Thys.
-¡Date prisa! ¡Solo date prisa!- respondió el primo Sagrys.
-¡Solo date prisa! – suplicó el eco.
El primo Thys trajo el cinturón, pero no consiguió enganchar a su amigo, porque la brecha es demasiado estrecha. Y el primo Sagrys no podía soportarlo, porque tenía los brazos trabados.
El día estaba cada vez más caluroso y el primo Sagrys se estaba preocupando.
-No, ya no puedo más-, gimió.
-Ya no puedo más-, gimió el eco.
El primo Thys estaba angustiado y no sabe qué decir ni que hacer, pero el primo Sagrys volvió a hablar.
-Vete-, dijo. -Ve a buscar mi arma. Entonces vienes y me rescatas de mi sufrimiento.
-¡Nunca!-, exclamó el primo Thys. -¿Cómo podría matar a mi propio amigo?.
-¿Vas a dejarme aquí muriendo de hambre y de sed?- preguntó el primo Sagrys.
Así hablaron y discutieron, hasta que el propio primo Thys se dió cuenta de que no había otro remedio. Con el corazón apesadumbrado se alejó. Como un estúpido, cargó el arma. Con lágrimas en los ojos, se detuvo ante la grieta.
-¡Adiós amigo mío!- le susurró.
-¡Adiós! – susurró el primo Sagrys.
-¡Adiós! – susurró el eco.
El primo Thys entrecerró los ojos para no ver. Se tapó los oídos con los dedos para no oír. Estaba demasiado asustado para hablar.
Finalmente volvió a abrir los ojos. Bajó las manos.
-Ahora ¿Qué estaba pasando?- dijo en voz alta.
-¿Por qué no me ayudas?- Preguntó una voz; era el primo Sagrys.
-¿Por qué no me ayudas?- preguntó el eco.
Sólo entonces el primo Thys se dio cuenta de que había sido un terremoto lo que había abierto aún más la montaña, de modo que el primo Sagrys ahora estaba en un desfiladero. Inmediatamente se acercó a él y lo ayudó. Y después de darle un poco de café, el primo Sagrys simplemente se sintió mejor.
-¡Guau!- dijo la prima Thys. -Casi eres un lunar ahora.
-Casi, coincidió el primo Sagrys.
-Casi-, coincidió el eco.
Cuento popular africano
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»