En algún lugar, más allá de la tierra conocida, en el Imperio de Tres Veces Diez, vivían un matrimonio real, que… si eran un zar y una zarina, o sólo un príncipe y una princesa, no lo sé, pero de todos modos tuvieron dos hijos. Un día, este príncipe dijo a sus hijos:
—¡Bajemos a la orilla del mar y escuchemos las canciones de la gente del mar! — Y allá se fueron.
Ahora, el príncipe quería poner a prueba el ingenio de sus dos hijos; quería ver cuál de los dos era apto para gobernar su imperio y cuál debería hacerse a un lado y dejar paso a alguien mejor. Así que continuaron juntos hasta llegar a un lugar donde había tres robles alineados. El príncipe miró los árboles y le dijo a su hijo mayor:
—Mi querido hijo, ¿qué harías con esos árboles?
—¿Qué haría yo con ellos, querido padre? Con ellos haría buenos graneros y almacenes. Los cortaría y cepillaría bien la madera, y buenas serían las tablas que haría con ellas.
—¡Bien, hijo mío!— respondió el príncipe, —serás un buen cabeza de familia.
Luego le preguntó a su hijo menor:
—¿Y qué harías con estos robles, hijo mío?
—Bueno, querido padre—, dijo, —si tuviera la fuerza de mi voluntad, talaría el roble del medio, lo colocaría sobre los otros dos y colgaría a todos los príncipes y nobles del mundo.
Entonces el príncipe sacudió la cabeza y guardó silencio.
Al poco tiempo llegaron al mar y los tres se quedaron quietos, mirándolo y observando cómo jugaban los peces. Entonces, de repente, el príncipe agarró a su hijo menor y lo arrojó directamente al mar.
—¡Muere!— exclamó—, ¡porque es justo que un desgraciado como tú muera!
Ahora, justo cuando el padre arrojaba a su hijo menor al mar, un gran pez ballena se acercó y se lo tragó. El hijo del príncipe se metió en las fauces de la ballena y allí encontró carros con caballos y bueyes enjaezados, todos los cuales también habían devorado el gran animal. Entonces se puso a rebuscar entre estos carros para ver qué había en ellos, y encontró que uno de los carros estaba lleno de pipas y tabaco, pedernales y aceros. Entonces tomó una pipa, la llenó de tabaco, la encendió y empezó a fumar. Fumó una pipa, llenó otra y la fumó también; luego llenó una tercera y empezó a fumarla. Finalmente, el humo dentro de la ballena la hizo sentir tan incómoda que abrió la boca, nadó hasta la orilla y se quedó dormida en la playa. Y aconteció que en aquel tiempo iban por la playa unos cazadores, y uno de ellos vio la ballena, y dijo:
—¡Mirad, hermanos míos! Hemos estado cazando arrendajos y cuervos y no hemos disparado a nada, ¡y he aquí! ¡Qué pez tan monstruoso se encuentra en la orilla! ¡Disparémosle!
Entonces le dispararon una flecha y otra, y luego se abalanzaron sobre él con sus hachas y comenzaron a cortarlo en pedazos. Lo cortaron y cortaron hasta que de repente escucharon algo que los llamaba desde el medio del pez:
—¡Ho! ¡hermanos míos! ¡Cortad el pescado si queréis, pero no cortes la carne que está llena de sangre cristiana!
Cayeron al suelo asustados y quedaron como muertos, pero el hijo menor del príncipe logró escabullirse por el agujero que los cazadores habían hecho en la ballena, salió a la orilla y se sentó. Se sentó allí completamente desnudo, porque toda su ropa se había podrido y caído dentro de la ballena. Tal vez había estado un año entero en la ballena sin saberlo, y pensó para sí mismo:
—¿Cómo haré ahora para vivir en el gran y ancho mundo?
Mientras tanto, el hermano mayor se había convertido en un gran noble. Su padre había muerto y él era señor de toda su herencia. Luego, como es costumbre entre los príncipes, reunió a sus senadores y a sus sirvientes, y estos aconsejaron a su joven príncipe que se casara. Así que salió, pues, a buscar novia y lo siguió un gran séquito. Anduvieron y anduvieron hasta que llegaron justo a la playa donde estaba sentado el hombre desnudo. Entonces el príncipe dijo a uno de sus sirvientes:
—¡Ve y mira qué clase de hombre es!
Entonces el criado se acercó al hombre y le dijo:
—¡Salve!
—¡Salve a ti!
—Dígame, por favor, ¿Quién es usted?
—Soy Ivan Golik. ¿Y tú quien eres?
—Somos de tal y cual, de esta tierra tierra, y vamos con nuestro príncipe a buscarle una novia.
—Ve, dile a tu príncipe que debe llevarme con él, porque sin mí no logrará tener un buen matrimonio.
El mensajero regresó donde el príncipe y le contó lo que había escuchado. Entonces el príncipe ordenó a sus sirvientes que abrieran su baúl y sacaran una camisa, pantalones y toda clase de vestidos, después de lo cual el hombre desnudo se metió en el agua y se lavó, y después se vistió. Entonces lo llevaron ante el príncipe, quien le dijo:
—Si me llevas contigo, todos me obedecerán. Si me escucháis, permaneceréis en la tierra de Rusia; pero si no, todos pereceréis.
—¡Que así sea!— dijo el príncipe, y ordenó que todos sus séquitos le obedecieran.
Juntos, anduvieron y anduvieron hasta que alcanzaron a las huestes de ratones. El príncipe quería ir a cazar ratones, pero Iván Golik dijo:
—¡No, hazte a un lado y deja lugar a los ratones, que ni uno solo pierda un solo cabello!
Entonces se desviaron y los ratones pasaron volando en sus huestes, pero el último ratón se volvió y dijo:
—Gracias a ti, Ivan Golik, has salvado a mi hueste de la muerte; Yo también salvaré a los tuyos.
Luego siguieron adelante y ¡he aquí! el mosquito marchaba con su hueste, y era tan grande que ningún ojo podía abarcarlo todo. Entonces el teniente general de los mosquitos llegó volando y dijo:
—¡Oh, Ivan Golik! que mi anfitrión beba de tu sangre. Si consientes, será para tu provecho; pero si no consientes, no permanecerás en la tierra de Rusia.
Luego se quitó la camisa y ordenó que lo ataran para que no pudiera ahuyentar ni un solo mosquito, y los mosquitos bebieron hasta saciarse de él y se volvieron a volar.
Después siguieron por la orilla del mar hasta que encontraron a un hombre que había cogido dos peces. Entonces Iván Golik le dijo al príncipe:
—Cómprale esos dos peces y déjalos volver al mar.
—¿Pero por qué?
—¡No preguntes por qué, sino cómpralos!
Entonces compraron los peces y los dejaron volver al mar. Pero mientras se alejaban nadando, el pescado se volvió y dijo:
—¡Te agradecemos, Ivan Golik, que no nos hayas dejado vivir!, ¡te recompensaremos!
Rápidamente siguieron su camino, pero la historia que lo cuenta avanza aún más rápido. Siguieron y siguieron, tal vez durante más de un mes, hasta que llegaron a otra tierra donde vivía otro zar distinto al Imperio de Tres Veces Diez. En aquél reino, una gran serpiente era el zar. Vastos eran sus palacios, rejas de hierro rodeaban sus patios, y las rejas estaban cubiertas con estacas con las cabezas de varios guerreros; sólo en los veinte enormes pilares frente a la puerta no había cabezas. Cuando se acercaron, un miedo mortal oprimió el corazón del príncipe, y le dijo a Iván:
—¡Míra, Iván! ¡Esos pilares de allá están destinados a nuestras cabezas!
—Eso está por verse—, respondió Iván Golik.
Cuando llegaron allí, la serpiente al principio fue hospitalaria y les dio la bienvenida. Todos fueron invitados a entrar y divertirse. Comieron y bebieron, y se regocijaron juntos. Ahora bien, la serpiente tenía veintiuna hijas, y las llevó al príncipe, y le dijo cuál era la mayor, y cuál la siguiente, hasta la última. Pero fue la hija menor de todas la que alimentó la fantasía del príncipe más que cualquiera de las otras. Así se entretuvieron hasta el anochecer, y al anochecer se dispusieron a ir a dormir. Pero la serpiente dijo al príncipe:
—Bueno, ¿cuál de mis hijas te parece más hermosa?
—La más joven es la más bella—, dijo el príncipe, —y con ella me casaré.
—¡Bien!— dijo la serpiente, —pero no te dejaré tener a mi hija hasta que hayas hecho todas mis tareas. Si haces mis tareas, tendrás mi hija; pero si no lo haces, perderás la cabeza y todo tu séquito perecerá contigo.
Luego le dio su primera tarea: —En mi granero hay trescientos fardos de maíz; al amanecer los habrás trillado y tamizado, de modo que quede tallo a tallo, paja a paja y grano a grano.
Entonces el príncipe se fue a su casa para pasar allí la noche y lloró amargamente. Pero Iván Golik vio que lloraba y le dijo:
—¿Por qué lloras, príncipe?.
—¿Cómo no he de llorar, viendo que la tarea que me ha encomendado la serpiente es imposible?
—¡No, no llores, mi príncipe, sino acuéstate a dormir y a la luz de la mañana todo estará hecho!
Tan pronto como Iván Golik dejó al príncipe, salió y llamó a los ratones con un silbido. Entonces los ratones se reunieron alrededor de ellos en sus huestes:
—¿Por qué silbas y qué quieres de nosotros, Ivan Golik?— dijeron ellos.
—¿Por qué no debería silbar, viendo que la serpiente nos ha ordenado trillar su granero a la luz de la mañana, de modo que quede paja tras paja, paja tras paja y grano tras grano?
¡Tan pronto como los ratones escucharon esto, comenzaron a corretear por todo el granero! Eran tantos que no había lugar para moverse. Se pusieron manos a la obra con determinación y mucho antes del amanecer ya estaba todo terminado. Luego fueron y despertaron a Ivan Golik. Este fue y miró, y ¡he aquí! ¡toda la paja estaba sola, y todo el grano estaba sola, y toda la paja estaba sola! Entonces Iván les ordenó que se aseguraran de que no quedara ni un solo grano en una sola mazorca de maíz. Los ratones corretearon por todas partes, y no había ratón que no mirara debajo de cada tallo de paja. Entonces corrieron hacia él y le dijeron:
—¡No temas! no queda ni un solo grano suelto por ninguna parte. Y ahora te hemos recompensado por tus servicios, Iván Golik, ¡adiós!
A la mañana siguiente, el príncipe fue a buscar a Iván y se maravilló al descubrir que todo se había hecho como la serpiente había ordenado. Entonces le dio las gracias a Iván Golik y se dirigió hacia la serpiente, juntos fueron a comprobarlo, y la serpiente misma quedó asombrada. Llamó a sus veintiuna hijas para que buscaran bien las mazorcas de maíz para ver si no se encontraba en ellas un solo grano, y sus hijas buscaron y buscaron, pero no se encontró ni un solo grano suelto. Entonces dijo la serpiente:
—¡Está bien, vamos! Comeremos, beberemos y nos divertiremos hasta el anochecer, y al anochecer te encargaré tu tarea de mañana—. Así que se divirtieron hasta el anochecer, y entonces la serpiente dijo: —Esta mañana temprano, mi hija menor fue a bañarse en el mar y perdió su anillo en el agua. Lo buscó y buscó, pero no pudo encontrarlo por ninguna parte. Si puedes encontrarlo mañana y traerlo aquí mientras estamos sentados a la mesa, permanecerás con vida; ¡Si no, todo habrá terminado para ti!
El príncipe regresó con su pueblo y se echó a llorar. Iván Golik se dio cuenta y le dijo:
—¿Por qué lloras?
El príncipe afligido le contó la razón.
Entonces Ivan Golik dijo:
—La serpiente miente. Él mismo fue quien cogió el anillo de su hija, voló sobre el mar esta mañana temprano y lo arrojó al agua. ¡Pero acuéstate y duerme! Yo mismo iré mañana al mar y tal vez encuentre el anillo.
Así que, muy temprano a la mañana siguiente, Iván Golik bajó al mar. Gritó con voz heroica y silbó con un silbido heroico, hasta que todo el mar fue agitado por una tormenta. Entonces los dos peces que había salvado la vida llegaron nadando a la orilla.
—¿Por qué nos llamas, oh Ivan Golik?— dijeron.
—¿Cómo no iba a llamaros? La serpiente voló ayer por la mañana temprano sobre el mar y dejó caer en él el anillo de su hija. Buscadlo por todas partes. ¡Si lo encontráis, salvaréis mi vida, pero si no lo encontráis, sabed que la serpiente me borrará de la faz de la tierra!
Luego se alejaron nadando y buscaron, y no hubo rincón del mar donde no buscasen. Sin embargo, no encontraron nada. Finalmente nadaron hasta donde estaba su madre y le contaron el gran dolor que estaba a punto de sobrevenir. Su madre les dijo:
—El anillo está conmigo. Lo siento por él y aún más por vosotros, os lo daré para que le salvéis.
Y dicho esto, se quitó el anillo y nadaron con él hasta Iván Golik y le dijeron:
—Ahora hemos correspondido a tus servicios. Lo hemos encontrado, pero fue una tarea muy difícil.
Entonces Iván Golik agradeció a los dos picas y siguió su camino. Encontró al príncipe llorando, porque la serpiente ya lo había llamado dos veces y no había ningún anillo. En cuanto vio a Ivan Golik, se puso de pie de un salto y dijo:
—¿Tienes el anillo?
—¡Sí, aquí está! ¡Pero mira! ¡La serpiente misma ya está viniendo!
—¡Que venga!
La serpiente ya estaba en el umbral cuando el príncipe salió. Chocaron el uno contra el otro con la frente, y la serpiente se enojó mucho.
—¿Dónde está el anillo?— gritó.
—¡Ahí está! Pero no te lo daré a ti, sino a aquella de quien lo tomaste.
La serpiente se rio.
—¡Muy bien! — dijo—, pero ahora vayamos a cenar, que mis invitados son muchos y hace tiempo que te esperábamos.
Entonces se fueron. El príncipe llegó a la casa, donde estaban sentadas a cenar once serpientes. Las saludó y luego se acercó a las hijas y les dijo, mientras les quitaba el anillo:
—¿De quién de vosotras es esto?
Entonces la hija menor se sonrojó y dijo:
—¡Es mío!
—Si es tuyo, tómalo, porque sondeé todas las profundidades del mar buscándolo.
Todos los demás se rieron, pero la hija menor le dio las gracias.
Luego todos fueron a cenar. Después de cenar, la serpiente le dijo, en presencia de todos los invitados:
—¡Bien, príncipe, ahora que has cenado y descansado, vuelve a tus tareas! Tengo un arco que pesa cien libras. ¡Si puedes tensar este arco en presencia de estos mis invitados, tendrás a mi hija!
Cuando terminó la cena, todos se acostaron a descansar, pero el príncipe se apresuró a ir donde Iván Golik y le dijo:
—Ahora, en verdad, todo ha terminado para nosotros, porque él me ha encomendado tal o cual tarea.
—¡Será fácil hacerlo! —gritó Iván Golik—, cuando saquen este arco, míralo y dile a la serpiente: «¡Me avergonzaría tensar un arco que el más joven de mis sirvientes puede tensar!» Entonces llámame y yo mismo tensaré tan fuerte el arco que se romperá y nadie más tendrá que tensarlo.
Dicho esto, el príncipe se dirigió nuevamente hacia la serpiente, y la serpiente ordenó que trajeron el arco, junto con una flecha que pesaba cincuenta puds. Cuando el príncipe lo vio, pareció morir de miedo; pero pusieron el arco en medio del patio, y todos los invitados salieron a mirarlo. El príncipe caminó alrededor de la proa y la miró.
—Va—, dijo, —yo no me dignaría tocar un arco como ese. ¡Llamaré a uno de mis sirvientes, porque cualquiera de ellos puede tensar un arco como ese!
Entonces la serpiente miró uno tras otro a los sirvientes del príncipe y dijo:
—¡Está bien!, ¡que lo intenten!
—¡Adelante, Iván Golik! —gritó el príncipe.
Y el príncipe le dijo:
—¡Tóma ese arco y ténsalo!.
Ivan Golik tomó el arco, colocó la flecha sobre él y tensó el arco de modo que la flecha se partió en doce pedazos y el arco estalló. Entonces el príncipe dijo:
—¿No te lo dije? ¿Y me avergonzaría tocando un arco que uno de mis sirvientes sabe tensar?
Después de eso, Iván Golik volvió con sus compañeros de servicio y se puso los trozos del arco roto detrás de la tibia; pero el príncipe regresó con la serpiente a la cámara de invitados, y todos se regocijaron porque había cumplido la tarea asignada. Pero la serpiente susurró algo al oído de su hija menor, y ella salió, y él tras ella. Estuvieron afuera mucho tiempo, hasta que la serpiente volvió a entrar y dijo al príncipe:
—Hoy no hay tiempo para nada más, pero mañana por la mañana temprano comenzaremos de nuevo. Tengo un caballo detrás de doce puertas; si puedes montarlo, tendrás a mi hija.
Luego volvieron a divertirse hasta la noche y se acostaron a dormir, pero el príncipe fue y se lo contó a Golik. Golik escuchó al príncipe y dijo:
—Supongo que ahora sabes por qué recogí esos pedazos del arco roto, porque podía ver lo que se avecinaba. Cuando saquen este caballo, míralo y di: «No montaré en ese caballo para no avergonzarme. ¡Este caballo es como el arco que me mostraste ayer, cualquiera de mis sirvientes puede montarlo!» Pero príncipe, has de saber que ese caballo no es un caballo en absoluto, sino la hija menor de la serpiente! Nadie puede sentarte sobre su espalda, pero yo la dominaré.
Por la mañana temprano todos se levantaros, y el príncipe fue a la casa de la serpiente a saludar, y allí vio a veinte de las hijas de la serpiente, pero ¿dónde estaba la veintiuna? Entonces la serpiente se levantó y dijo:
—Bueno, príncipe, ahora bajemos al patio; Pronto sacarán el caballo y veremos qué haces con él.
Juntos salieron y vieron dos serpientes que sacaban el caballo, y fue todo lo que pudieron hacer los dos para sujetar su cabeza, pues tan feroz y fuerte era el caballo que apenas pudieron moverlo. Lo llevaron delante de la galería y el príncipe lo rodeó y lo miró. Entonces dijo:
—¡Qué! ¿No dijiste que traerías un caballo? Vaya, esto no es un caballo, sino una yegua. No me sentaré en esta yegua, porque sería una vergüenza para mí. Llamaré a uno de mis siervos y él la montará.
—¡Bien!— dijo la serpiente, —¡que lo intente!
El príncipe llamó a Iván Golik.
—Siéntate en esa yegua—, dijo, —¡y hazla trotar!
Iván montó en la yegua y las dos serpientes se soltaron. La yegua dio un salto tan alto que llegó hasta entre las nubes, y luego volvió a bajar al suelo. Tal fue el ruido de cascos que hizo temblar la tierra. Pero Ivan Golik sacó un fragmento del arco roto, que pesaba cincuenta libras, y la golpeó finamente. Ella se encabritó, se resistió y lo llevó de aquí para allá, pero él la azotaba entre las orejas sin cesar. Entonces, cuando vio que todas sus cabriolas y saltos eran en vano, se puso a suplicarle lastimosamente y gritó:
—¡Iván Golik! ¡Iván Golik! ¡Deja de golpearme y cumpliré todas tus órdenes!
—No quiero nada contigo—, dijo, —pero cuando te acerques al príncipe, póstrate ante él en señal de respeto.
La yegua lo pensó y finalmente le dijo a Iván Golik:
—Esta bien, que así sea. No tengo nada que hacer contra ti.
Finalmente la yegua paseó a Iván por todo el patio, llegó hasta donde estaba el príncipe y se postró ante él en señal de respeto.
Entonces dijo el príncipe:
—¡Ves! Me trajiste una yegua lamentable que uno cualquier de mis siervos a podido montar. ¡Y me hubieras hecho montar en una yegua así!
Ante esto la serpiente se sintió avergonzado, pero no había nada que hacer ni que decir. Entonces fueron al jardín y se sentaron a cenar. Allí los recibió la hija menor y la saludaron. Tan hermosa era que el príncipe no pudo evitar mirarla toda la velada, y ahora parecía más bella que nunca. Luego se sentaron y comieron, y cuando terminó la comida, la serpiente dijo:
—Bueno, príncipe, después de cenar traeré a todas mis hijas al patio, y si puedes encontrar a la más joven, seréis felices juntos.
Así fue que después de cenar, la serpiente ordenó a sus hijas que fueran a vestirse, pero el príncipe aceptó el consejo de Iván Golik. Iván silbó y en seguida el mosquito salió volando. Le contó todo al mosquito, y el mosquito dijo:
—Tú me ayudaste, así que ahora te ayudaré a ti. Cuando la serpiente saque a sus hijas, que el príncipe tenga los ojos abiertos, porque volaré sobre su cabeza. Cuando las rodee una vez, yo también volaré alrededor de ellas. Cuando las rodee una segunda vez, me posaré sobre la menor de las hijas de la serpiente. Cuando las rodee una tercera vez, picaré en la nariz de la muchacha y ella intentará espantarme con su mano. Y diciendo estas palabras, el mosquito entró volando en la casa.
Poco después la serpiente mandó llamar al príncipe. Él fue, y allí en el patio estaban las veintiuna hijas. Eran como guisantes, sus rostros, su cabello y su vestimenta eran exactamente iguales. Busco con detalle, miró una a una, pero no pudo distinguir ninguna diferencia entre ellas. La primera vez que caminó alrededor de ellas, pero no había señales del mosquito. Los rodeó por segunda vez y el mosquito se acercó y se posó sobre su cabeza. Desde entonces ya no quitó los ojos de encima al mosquito, y cuando empezó a caminar por tercera vez alrededor de las veintiún hijas, el mosquito se posó en la nariz de la menor y empezó a morderla. Ella lo sacudió con la mano derecha, tras lo cual el príncipe dijo:
—¡Es ella! ¡Es mía!—. y la llevó hasta la serpiente.
La serpiente quedó asombrada, pero dijo:
—Ya que has encontrado a tu novia, hoy mismo os casaremos y todos felices.
Todos, incluida la joven de las hijas de la serpiente, celebraron y festejaron, y esa misma noche la joven pareja recibió sus coronas nupciales. Y festejaron, bailaron, comieron y bebieron, ¿y qué más no hicieron? Pero por la noche, Iván Golik llevó aparte al príncipe y le dijo:
—Ahora, príncipe, ocúpate de que mañana regresemos a casa, porque aquí no quieren hacernos ningún bien. ¡Y ahora escúchame! Te ruego que no le digas a tu esposa la verdad del asunto durante siete años. Por muy cariñosa que sea, no dejarás que sus oídos sepan la verdad, porque si le dices la verdad, ¡tanto tú como yo moriremos!
—¡Bien! No te preocupes — dijo el. —No le diré la verdad a mi esposa.
A la mañana siguiente, los jóvenes se levantaron y fueron donde la serpiente, y el príncipe se despidió de su suegro y le dijo que debía regresar a casa.
—¿Por qué partís tan pronto? Quedaos más tiempo aquí— dijo la serpiente.
—No, pero debo irme—, dijo.
Entonces la serpiente le dio un banquete a la joven pareja de despedida, y ellos se sentaron y comieron y se divirtieron, y después él partió su propio reino en dos y le entregó la mitad al príncipe. Y el príncipe agradeció a Iván Golik todo lo que había hecho por él y lo nombró el primero de sus consejeros. Decretó que todo lo que Ivan Golik dijese se cumpliera en todo el reino, mientras que el zar sólo tenía que sentarse en su trono y no hacer nada.
Así que el joven príncipe vivió con su esposa uno o dos años, y al tercer año les nació un hijo, y el corazón del príncipe se regocijó. Un día tomó a su hijito en brazos y le dijo:
—¿Hay algo en el mundo que me guste más que este niño?
Cuando la princesa vio que el corazón de su esposo era tierno, se puso a besarlo y acariciarlo, y comenzó a preguntarle todo sobre la época en que se casaron por primera vez y cómo había podido cumplir los mandatos de su padre. Y el príncipe le dijo:
—Hace mucho tiempo que mi cabeza se habría desmoronado en los postes del palacio de tu padre si no hubiera sido por Iván Golik. Fue él quien logró superar con proeza todas las pruebas de tu padre, no yo.
Entonces ella se enojó mucho. Pero no mostró su disgusto y al rato salió.
Iván Golik estaba sentado cómodamente en su casa cuando la princesa llegó volando hacia él. E inmediatamente sacó del suelo un pañuelo con bordes dorados, y tan pronto como agitó este pañuelo serpentino, Iván cayó en dos pedazos. Sus piernas quedaron donde estaban, pero su tronco con su cabeza desapareció por el techo y cayó a siete millas de la casa. Y al caer gritó:
—¡Oh, maldito! ¿No te encargué que no confesaras? ¿No te imploré que no le dijeras la verdad a tu esposa durante siete años? ¡Y ahora yo perezco y tú también lo harás!
Levantó la cabeza y se encontró sentado en un bosque, y allí vio un hombre sin brazos persiguiendo una liebre. El hombre sin brazos perseguía a la liebre, pero aunque la alcanzó, no pudo atraparla porque no tenía brazos. Entonces Ivan Golik la atrapó y se pelearon. El que no tenía brazos dijo:
—¡La liebre es mía!.
—No—, dijo Iván Golik, —¡es mía!
Discutieron por eso, pero como uno no tenía piernas y el otro no tenía brazos, no podían hacerse daño el uno al otro. Por fin el que no tenía brazos dijo:
—¿De qué sirve que peleemos? Arranquemos esa encina, y el que la plante más lejos se quedará con la liebre.
—¡Bien!— dijo Sin Piernas.
Luego, Sin Brazos, pateó a Sin Piernas, y tras esto Sin Piernas agarró a Sin Brazos y lo golpeó con todas sus fuerzas. Tras esto, Sin Brazos se tumbó en el suelo y pateó el tronco de Sin Piernas con los pies hasta lanzarlo a cinco kilómetros de distancia. Pero Sin Piernas regresó y lanzó a Sin Brazos siete millas. Entonces Sin Brazos dijo:
—¡Me has ganado! ¡Toma la liebre y sé mi hermano mayor!
Entonces se hicieron hermanos y juntos contruyeron un carro, le ataron cuerdas y, mientras Sin Brazos lo guiaba, Sin Piernas lo conducía. Siguieron adelante hasta que llegaron a una ciudad donde vivía un zar. Allí subieron a la iglesia, se plantaron con su carro en el lugar de los mendigos y esperaron hasta que llegara la zarina. Y la zarina dijo a su dama de la corte:
—Toma este dinero y dáselo a esos pobres lisiados.
La dama estaba a punto de llevarlo cuando Sin Piernas dijo:
—No cogeremos ese dinero, a no ser que la misma zarina nos lo entregue con sus propias manos.
Luego la zarina tomó el dinero de su dama de la corte y se lo dio a Sin Piernas. Pero él le dijo:
—No te enojes, pero dime ahora, ¿por qué tu tez es tan amarilla?
—Dios me hizo así—, respondió ella, y luego suspiró.
—No—, respondió Sin Piernas. —Sé por qué eres tan amarilla. Pero puedo hacerte una vez más tal como Dios te hizo.
Ahora el zar los había oído hablar, y las palabras de los lisiados la conmovieron de alguna extraña manera. Entonces hizo que le trajeran en el carro al hombre sin brazos y al hombre sin piernas, y les dijo:
—Haced lo que podáis.
Pero Sin Piernas dijo:
—¡Oh Zar! ¡Que la zarina diga la verdad y confiese abiertamente cómo se puso tan amarilla!
Entonces el padre se volvió hacia su hija, y ella confesó y dijo:
—La serpiente vuela hasta mí y me saca la sangre de mi pecho.
—¿Cuándo vuela hacia ti?— ellos preguntaron.
—Justo antes del amanecer, cuando los guardias duermen. Él entra volando por mi chimenea. Luego se esconde bajo los cojines de mi cama.
—¡No digas más!— gritó Sin Piernas; —Nos esconderemos entre paja en tu habitación, y cuando la serpiente vuelva a entrar volando, deberás toser y despertarnos.
Así que los escondieron entre la paja, y justo cuando los guardias habían dejado de llamar a las puertas mientras hacían su ronda, comenzaron a brillar chispas bajo el techo de paja y la zarina tosió. Corrieron hacia ella y vieron la serpiente ya acurrucada debajo de los cojines. Entonces la zarina saltó de la cama; pero Sin Brazos se tumbó en el suelo y pateó a Sin Piernas para lanzarlo sobre los cojines, y Sin Piernas tomó a la serpiente en sus brazos y comenzó a estrangularla.
—¡Déjame ir! ¡Déjame ir!— suplicó la serpiente, —y nunca más volveré a volar aquí, sino que renunciaré a mis diezmos.
Pero Sin Piernas dijo:
—Eso es sólo una pequeñez en comparación con todo lo que te haré. Debes llevarnos al lugar de las aguas curativas, para que yo pueda recuperar mis piernas y mi hermano sus brazos.
—Agárrame—, dijo la serpiente, —y te llevaré con tal de que no me tortures más.
Entonces Sin Piernas se aferró a él con sus brazos y Sin Brazos con sus piernas, y la serpiente se fue volando con ellos hasta que llegó a un manantial.
—¡Ahí está el agua curativa!— gritó la serpiente.
Sin Brazos quiso lanzarse de inmediato, pero Sin Piernas gritó:
—¡Espera, hermano! Sujeta fuerte a la serpiente con tus piernas mientras yo meto un palo seco en el manantial, y entonces veremos si realmente es agua curativa.
Entonces metió un palo y, tan pronto como tocó el agua, fue consumido como por el fuego. Entonces los dos, en su ira, cayeron sobre esa farsante serpiente y casi la matan. La golpearon y la golpearon hasta que gritó pidiendo misericordia.
—¡No me golpeéis más!— gritó; — ¡El manantial de agua curativa no está muy lejos! ¡Os llevaré!
Luego los llevó a otro manantial. En él también sumergieron una vara seca, y al instante estalló en flor.
Tras comprobar que este sí era el manantial, Sin Brazos se arrojó al agua y le crecieron los brazos. Después Sin Piernas se lanzó al agua, e inmediatamente tenía sus piernas. Así que dejaron ir a la serpiente, primero haciéndole prometer que nunca volvería a volar hacia la Zarina, y luego cada uno agradeció al otro por su amistad, y así se separaron.
Pero Iván Golik volvió a visitar a su hermano el príncipe para ver qué había sido de él.
—Me pregunto qué le habrá hecho la princesa.
Así que se dirigió hacia aquel reino, y al tiempo, caminando caminando, vio, no muy lejos del borde del camino, un porquerizo que cuidaba cerdos; estaba cuidando cerdos, pero él mismo estaba sentado sobre un sepulcro.
—Iré a preguntarle a ese porquerizo qué hace allí—, pensó Iván Golik.
Entonces se acercó al porquerizo y, mirándolo directamente a los ojos, reconoció a su propio hermano. Y el porquerizo lo miró y reconoció a Iván Golik. Allí permanecieron largo rato mirándose a los ojos, pero ninguno de los dos pronunció una palabra. Por fin Iván Golik recuperó la voz:
—¡Qué!— gritó él. —¿Eres tú, oh príncipe, el que alimentas a los cerdos? ¡Estás bien servido! ¿No te dije: “No le digas la verdad a tu esposa durante siete años”?
Entonces el príncipe se arrojó a los pies del otro y gritó:
—¡Oh, Iván Golik! ¡Perdóname y ten piedad!
Entonces Ivan Golik lo levantó por los hombros y dijo:
—¡Es bueno para ti que todavía estés en el hermoso mundo de Dios! ¡Espera un poco y volverás a ser zar!
Entonces el príncipe preguntó a Iván Golik cómo había recuperado las piernas, pues la princesa le había contado cómo había cortado a Iván Golik en dos. Entonces Ivan Golik le confesó que era su hermano menor y le contó toda la historia de su vida. Entonces se abrazaron y besaron, y luego el príncipe dijo:
—Ya es hora de que lleve a estos cerdos a casa, porque a la princesa no le gusta que la hagan esperar por su té.
—Mejor—, dijo Ivan Golik, —nos reuniremos de nuevo con ella.
—Lo peor, hermano, es esto—, dijo el príncipe. —¿Ves ese maldito cerdo que guía a los demás? Pues verás, este cerdo irá hasta la puerta de la pocilga guiando a las cerdas, y allí permanece firme como arraigado en el suelo, y hasta que no bese sus cerdas, no se mueve del lugar. ¡Y todo esto mientras la princesa y las serpientes están sentadas en la galería tomando el té, y mirando y riéndose de mi!
Pero Iván Golik dijo:
—¡Así tendrá que ser! ¡Hoy besarás de nuevo a las cerdas y mañana ya no la besará más!
Luego llevaron a los cerdos hasta las puertas e Ivan Golik miró para ver qué pasaba. Vio a la princesa sentada en la galería con seis serpientes bebiendo té, las cerdas entrando en la galería y al maldito cerdo atrancando la puerta, estiró las patas y no quería entrar. La princesa miró y dijo:
—Mira a mi tonto conduciendo el cerdo, ¡y ahora va a besar a las cerdas!
Entonces el pobre príncipe se agachó y besó a las cerdas, y el cerdo corrió gruñendo hacia el patio. Entonces la princesa dijo:
—¡Mira! ¡Ha encontrado de alguna parte a un pastor para que le ayude!
Tras esto, el príncipe e Ivan Golik llevaron a los cerdos a su pocilga, y luego Ivan Golik dijo:
—Hermano, consigueme veinte libras de cáñamo y veinte libras de brea y tráemelas al jardín.
Y así lo hizo. Entonces Iván Golik le hizo un enorme látigo con veinte libras de cáñamo y veinte libras de alquitrán. Primero retorció fuertemente un trozo de cáñamo y lo untó bien con un trozo de brea; Alrededor de esto trenzó otro disco de cáñamo y lo recubrió también con otro disco de brea, hasta que hubo agotado los cuarenta. A medianoche terminó su tarea y luego lo acostó a dormir. Pero el príncipe se había ido a dormir mucho antes en la pocilga.
Se levantaron de nuevo temprano en la mañana e Iván Golik le dijo:
—Hasta hoy has sido porquerizo, y después de hoy volverás a ser príncipe; pero primero echemos a los cerdos al campo.
—No—, dijo el príncipe, —la princesa aún no ha salido al balcón para tomar té con las serpientes y verme besar las cerdas antes de que salga, como es su costumbre.
Iván Golik le dijo:
—Esta vez también expulsaremos a los cerdos, pero no serás tú sino yo quien bese a las cerdas.
—¡Bien!— dijo el príncipe.
Y llegó el momento de ahuyentar a los cerdos y la princesa salió al balcón a tomar té. Sacaron a los cerdos de la pocilga y los dos ahuyentaron a las bestias delante de ellos. Cuando llegaron a la puerta, el cerdo que iba en cabeza se quedó atrancando la puerta y no se movió ni un centímetro. La princesa y las serpientes sonrieron y miraron, pero Iván Golik agitó su heroico látigo y asestó al cerdo un golpe que lo hizo volar en pedazos. Entonces todas las serpientes se escabulleron tan rápido como pudieron. Pero ella, la maldita, no se asustó en absoluto, sino que agarró a Iván por el pelo de la cabeza. Él, sin embargo, también la agarró por sus largos cabellos y la azotó con su látigo hasta que le arrancó toda la sangre de serpiente, y ella caminó por la tierra en forma humana.
Entonces ella se deshizo de su naturaleza de serpiente y vivió feliz con su esposo. Y ese es el fin del kazka.
Cuento popular ucraniano, publicado en Cossack Fairy Tales and Folk Tales (1916), una colección de cuentos seleccionados y traducidos por R. Nisbet Bain, ilustrado por Noel L. Nisbet. recopilados de las colecciones de folklore ruteno de cuentos cosacos de Ivan Rudchenko, Panteleimon Kulish, and M.P. Dragomanov. Recopilaciones de cuentos realizadas directamente por Ivan Rudchenko, y revisadas por Panteleimon Kulish, and M.P. Dragomanov.