Cuenta la leyenda que allá arriba, en la montaña, está el volcán Ko, donde habita el señor de las montaña.
Él nos vigila en las noches y nos cuida, cuando hace frío, atrae vientos cálidos para que las cosechas no se echen a perder, cuando hace mucho calor, atrae vientos más frescos para que la tierra no se seque. Es grande y todo lo ve, y en su corazón guarda en su fuego el secreto de la madre tierra.
Hace mucho tiempo, la serpiente Te llegó del desierto. Te no era una serpiente normal, era inmensa, y ella se arrastraba por debajo de la tierra y allá por donde pasaba, la tierra quedaba infértil y se llenaba de arena.
Era un ser antiguo del desierto, que buscando nuevos pastos que secar.
Poco a poco, desde todos los pueblos del valle acudieron al señor de Ko a pedir ayuda. Pero nada ocurrió y los pobladores, al ver sus tierras secas, empezaron a abandonar la tierra e irse a otros lugares.
El dios del volcán Ko, al ver que sus pobladores estaban marchando, batalló contra la serpiente Te. La batalla duro mucho tiempo y el valle quedó gravemente marcado por sus trifulcas. En un gran golpe del volcán Ko, la serpiente Te quedó malherida, y se marchó hacia el mar intentando buscar como aliviar sus heridas, al verla intentar escapar, el volcán furioso rugió con tanta fuerza, que la serpiente cayó muerta y su cuerpo muerto se transformó en un cerro que haría de barrera, e impidiendo que el desierto creciera en esta dirección. Y allí continúa, el cerro Pasamayito, entre la orilla del mar y Ko, en Coayllo.
Leyenda popular peruana
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»