Atungait, quien se fue deambulando

Se dice que Atungait, ese gran hombre, tuvo una vez el capricho de salir de viaje en trineo con una mujer fuerte.

Tomó un sello de cinta, lo hizo desollar y prohibió a su esposa raspar el lado de la carne para que la piel quedara lo más gruesa posible. Y así lo hizo secar.

Cuando llegó el invierno, salió a visitar una tribu conocida por su afición a jugar al fútbol. Permaneció entre ellos durante algún tiempo y observó los juegos, marcando cuidadosamente quién era el más fuerte entre los jugadores. Y vio que entre ellos había una mujer pequeña de estatura, que siempre se las ingeniaba para arrebatar la pelota a los demás. Por lo tanto, le dio la piel grande y gruesa que había traído consigo y le dijo que la amasara hasta que quede suave. Y esto lo hizo, aunque ninguna otra mujer podría haberlo hecho. Luego la tomó en su trineo y se fue a pasear por los alrededores.

En el camino llegaron a una roca alta y escarpada que se elevaba sobre el agua. Atungait saltó sobre esa roca y comenzó a correr por ella. Era tan fuerte que a cada paso hundía los pies en la roca.

Cuando llegó arriba llamó a sus perros, y uno a uno siguieron el camino de sus pasos, y llegaron arriba, todos menos uno, y éste murió. Y después izó primero su trineo y después a su mujer, y así siguieron su camino.

Después de conducir por un tiempo, llegaron a un lugar lleno de gente. Y lo extraño de esta gente era que todos eran zurdos. Y luego continuaron su camino y se encontraron con unos devoradores de hombres; Estos se comían unos a otros, no teniendo otro alimento. Pero no lograron hacerle ningún daño.

Y continuaron su camino y se encontraron con otras personas; todos ellos tenían una pierna más corta que la otra, y lo eran desde su nacimiento. Estuvieron tirados en el suelo todo el día jugando ajangat, y tenían un fino ajangat hecho de cobre.

Atungait permaneció allí algún tiempo, y cuando llegó el momento de partir de nuevo, les robó el juego y se lo llevó consigo, después de haber destruido todos los trineos.

Pero los cojos, al no poder seguirlos, se las arreglaron mágicamente con algunas crestas rocosas, que luego se precipitaron sobre el hielo hacia los viajeros.

Atungait oyó algo como el correr de un río y, al volverse, percibió aquellas rocas rodando hacia él.

«¿Tienes un trozo de suela de cuero?» le preguntó a su esposa. Y ella tenía esa pieza.

Lo ató a una cuerda y lo dejó arrastrar detrás del trineo. Cuando las piedras llegaron allí, se detuvieron repentinamente y se hundieron en el hielo. Y los dos siguieron adelante, oyendo detrás de ellos los gritos de los cojos:

«Tráeme nuestro juego y danos de nuevo nuestro objeto de cobre».

Pero ahora Atungait empezó a añorar su hogar, y sin saber en qué parte del país se encontraban, le dijo a la mujer que lo acompañaba que esperara, mientras él mismo volaba por los aires. Porque él era un gran mago.

Pronto encontró su casa y miró por la ventana. Y allí estaba sentada su esposa, frotándose la nariz con un hombre extraño.

«¡Eh! Al parecer, no tienes miedo de desgastarte la nariz”. Entonces lloró.

Al oír esto, la esposa salió corriendo de la casa y allí se encontró con su marido.

«Te has vuelto inteligente besando», dijo.

“No, no he besado a nadie”, gritó.

Entonces Atungait la agarró bruscamente y la mató porque había mentido.

El hombre extraño también salió ahora, y Atungait fue hacia él de inmediato.

«Te estabas besando por dentro, por lo que veo», dijo.

“Sí”, dijo el extraño. Y Atungait lo dejó vivir porque dijo la verdad.

Y después voló hacia la mujer fuerte y la hizo su esposa.

Cuento popular esquimal

libro de cuentos

Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.

Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.

En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»

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