
Había un hombre cuya esposa no tenía hijos, por lo que estaba muy insatisfecho. Finalmente acudió a una mujer sabia (Igqirakazi) y le pidió que lo ayudara en este asunto. Ella dijo:
—Debes traerme un ternero gordo para que pueda obtener su sebo y usarlo como amuleto para un ritual.
El hombre volvió a su casa y escogió un ternero sin cuernos ni cola, que llevó a la mujer sabia. Ella dijo:
—Tu esposa tendrá un hijo, pero el niño nacerá sin brazos ni piernas, porque este ternero no tiene cuernos ni cola—. Luego, le dijo que no debía contar nada a nadie.
El hombre regresó a su casa y les contó a sus amigos lo que iba a pasar. Poco tiempo después su mujer dio a luz una hija, pero era una hija y tenía brazos y piernas. El hombre pensó que esa niña no era su hija. Golpeó a su esposa y le ordenó que se llevara a la niña y la dejara morir.
Luego regresó donde la mujer sabia y le contó lo que había sucedido. La mujer sabia dijo:
—Todo ocurrió porque no me hiciste caso de guardar el asunto en silencio, pero tu esposa aún tendrá un hijo sin brazos ni piernas.
Así ocurrió. Su esposa dio a luz otro hijo, que era un niño sin brazos ni piernas, por eso lo llamaron Simbukumbukwana.
El mismo día de su nacimiento, Simbukumbukwana comenzó a hablar.
En ese tiempo, su hermana abandonada primogénita se criaba en el valle donde la dejó su madre; vivía en el agujero de un hormiguero y comía miel, “nongwes” y chicle de árbol.
Un día la madre de Simbukumbukwana fue a trabajar a su huerto y dejó al niño en casa con la puerta cerrada. Mientras ella estaba fuera, llego la muchacha a la casa, llamó a la puerta y dijo:
—¿Hay alguien en casa?
Desde dentro escuchó una voz que decía:
—Aquí estoy.
Ella dijo:
—¿Quién eres?
La voz respondió:
—Soy Simbukumbukwana.
Ella dijo:
—Ábreme la casa.
Él respondió:
—¿Cómo puedo abrir? No tengo piernas ni brazos.
Ella dijo:
—El Simbukumbukwana de mi madre, tiene piernas y brazos. «Simbukumbukwana sikama, yiba nemilenze nemikono.
Entonces crecieron los brazos y las piernas al niño, este se levantó y abrió la puerta para su hermana.
La niña entró y barrió el suelo. Luego tomó mijo, lo molió e hizo pan. La niña le dijo a su hermano que si le preguntaban quién había hecho todas esas cosas, dijera que él las había hecho, y si le pedían que las volviera a hacer, respondiera: «Ya lo he hecho». Después la hermana dijo:
—El Simbukumbukwana de mi madre, encoje las piernas y encoje los brazos; «Simbukumbukwana sikama, tshona milenze tshona mikono» — . Tras decirlo, las piernas y brazos de su hermano encogieron y la hermana se fue.
Al rato llegaron sus padres a casa. Entraron, vieron el piso limpio y el pan listo para comer. Se sorprendieron y le dijeron a Simbukumbukwana:
—¿Quién hizo esto?
Él respondió:
—Yo lo hice.
Dijeron:
—Hazlo de nuevo para que podamos verte.
Él respondió:
—Ya lo he hecho.
Al día siguiente la mujer volvió a trabajar en su jardín, pero el hombre se escondió para observar lo que sucedía. Después de un tiempo vino la hermana de Simbukumbukwana y dijo:
—¿Hay alguien en casa?
Después tuvieron la misma conversación que el día anterior. El padre vio cómo tras esto la muchacha entraba en la casa, empezó a limpiar el suelo, y como faltaba agua, envió a Simbukumbukwana al río a buscarla. El niño estaba tan alegre al verse caminando que no se detuvo en el río, sino que dejó allí la jarra y siguió adelante.
Tras un rato esperando en la casa, la muchacha pensó que su hermano no tenía razón para ausentarse tanto rato pues el río estaba cerca, y decidió ir a buscarlo. Tras un rato caminando, lo encontró subiendo una colina a lo lejos y lo llamó para que regresara. Él no hizo caso. Luego cantó Simbukumbukwana sikama, tshona milenze, tshona mikono, e inmediatamente sus piernas se encogieron. Entonces la hermana se acercó pero entonces salió su padre que estaba escondido vigilándolos y la sorprendió; él la abrazó y le dijo que debía quedarse con él.
Su madre regresaba a casa cuando vio algo que se movía en la ladera. Fue a ver qué era y encontró a su hijo. Ella dijo:
—¿Cómo llegaste aquí?
Él respondió:
—Vine solo.
Ella dijo:
—Déjame verte cómo avanzas.
Él respondió:
—Ya lo he hecho.
Luego lo puso boca arriba y se fue a casa. Allí encontró a su hija y a su marido muy contento. La niña dijo:
—Simbukumbukwana sikama, yiba nemilenze nemikono, — y las piernas y brazos del niño crecieron y pudo regresar a casa.
Un día su hermana y algunas otras niñas fueron a buscar arcilla roja y el hermano las siguió. Cuando miraron hacia atrás lo vieron y su hermana se enojó y dijo:
—¿Qué haces aquí?
Él respondió:
—Voy por arcilla roja para mi madre.
Su hermana lo obligó a sentarse; pero tan pronto como avanzaron, él los siguió. Entonces su hermana se enojó, lo golpeó y lo dejó en el camino. Después de eso hubo una fuerte tormenta de lluvia, pero no cayó agua donde estaba el niño. Cuando terminó la lluvia, las otras niñas le dijeron a la que había golpeado a su hermano:
—Vamos a cuidar a tu hermano—. Cuando llegaron vieron que el niño estaba bastante seco. Entonces él llamó a su hermana:
—Me has golpeado—, pero ella le pidió que la perdonara.
Luego dijo:
—Quiero que la casa de mi padre esté aquí—, y en seguida ocurrió, y la casa de su padre estaba justo en aquel lugar.
Dijo:
—Quiero que aquí esté el fuego de mi padre—, y hubo fuego en la casa.
Él les dijo:
—Ahora entrad; aunque me has vencido, hay casa y fuego para ti.
Dijo después:
—Quiero que el ganado de mi padre esté aquí—, y en seguida estaba todo el ganado junto a la casa.
Ese era un lugar agradable, así que permanecieron allí para siempre.
Cuento popular sudafricano recopilado por George McCall Theal (1837-1919), en Kaffir Folk-Lore, 1886







