chulpas, pueblo de enanos

Leyenda de los Últimos Chulpas, los Guerreros Enanos. Leyenda peruana recopilada por Filiberto de Oliveira Cézar y Diana en Leyendas de los indios quichuas, publicado en 1892

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Después de los desastres de Atahualpa, producidos por los conquistadores españoles que echaron por tierra el régimen incaico en el poderoso imperio de los hijos del Sol, el pavor infundido por la superioridad de las armas de fuego hizo que los miles de guerreros que se aprestaban para el combate abandonasen los baluartes avanzados, se internasen en los bosques, se atrincherasen en las montañas o emigrasen en tribus enteras, buscando sitios remotos donde creían estar seguros contra la audaz invasión de los terribles Viracochas, hijos del mar.

El general Rumiñahui (Ojo de Piedra), que había servido primero a las órdenes del Inca Huáscar y después a las de Atahualpa (rey de Quito), pudo reunir cinco mil hombres de guerra después de la ejecución de su augusto soberano. En la imposibilidad de llevar la ofensiva, y con el terror en el alma, escaló las montañas del Alto Perú y se situó en Cantumarca, antiguo asiento de la reina Colla, desapareciendo después sin saberse absolutamente de su paradero.

Unos años más tarde, el español Centeno hizo el descubrimiento del Potosí, y las intrépidas expediciones de europeos que conquistaban esas tierras fueron, en una ocasión, sorprendidas por la vanguardia de un ejército de soldados de tan diminuta estatura que, en su mayoría, apenas medían la mitad de la altura de un hombre promedio.

Estos eran los valerosos chulpas (hombres pequeños), que había armado y organizado en las montañas el general Rumiñahui.

El ataque fue realizado con hondas y flechas por los diminutos guerreros, y los europeos no tardaron en percatarse de que estaban frente a un enemigo más aguerrido y valiente que todos los que hasta entonces habían tenido que combatir.

Dos días duró la encarnizada lucha a pedradas en las proximidades de Cantumarca, y las hondas eran tan bien manejadas por los chulpas desde las alturas que casi no quedó soldado invasor con la cabeza sana.

Venció, al fin, la superioridad de las armas de fuego, que siempre causaban pavor en el ánimo supersticioso del indio.

Rumiñahui y la mayor parte de sus soldados se retiraron a las montañas, pero los terribles chulpas atajaron el paso a los conquistadores durante algunos días más.

Las mortíferas armas de fuego hacían destrozos en las filas de aquellos pequeños valientes, que pretendían, por sí solos, estrechar y acabar con el enemigo. Sin embargo, las municiones del ejército expedicionario se agotaban después de cuatro días, y entonces los sables y las lanzas entraron en acción, obligando a retirarse del campo de batalla a los grupos de chulpas que quedaban.

La victoria fue, pues, de los conquistadores, y los vencidos se emparedaron en sus chozas de las montañas, tapiando las puertas con piedras y maderos, envenenándose con unas hierbas que comían y que, en pocas horas, producían la muerte.

Dice la tradición que, al cerrarse para siempre en sus viviendas convertidas en sepulcros, los chulpas afirmaban que la vida no tenía ya objeto para ellos, pues no habían podido restituir el trono al Inca, su señor, y el Dios Sol los había abandonado.

En las proximidades de la ciudad de Potosí se puede aún comprobar la autenticidad de estos suicidios voluntarios: se encuentran allí vestigios de las chozas de estos guerreros enanos, y en su interior existen los diminutos cuerpos momificados de los últimos representantes de aquella raza que, a pesar de su pequeña estatura y de su pobreza de ideas, fue una de las que más lucharon por la restauración del imperio de los hijos del Sol.

Leyenda peruana recopilada por Filiberto de Oliveira Cézar y Diana en Leyendas de los indios quichuas, publicado en 1892

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