Jenny Eugenia Nyström (Swedish, 1854-1946), gnomos

Los Gnomos de Cova Da Serpe

Criaturas fantásticas
Criaturas fantásticas
Leyenda
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Según cuentan las antiguas leyendas gallegas, cuando la Serra da Cova da Serpe, en la región de la Coruña, se cubre de nieve, los lobos, arrojados de sus cubiles por el hambre y el frío, bajan en manadas por los faldeos, y más de una vez se los ha oído aullar en coros pavorosos, no sólo en los caminos, aterrando a los viajeros, sino hasta en las calles mismas de los pueblos, donde los habitantes se encierran en sus casas a cal y canto.

Pero no son precisamente los lobos los merodeadores más terribles de la Cova da Serpe; en sus riscos superiores, en sus cimas desoladas y sus cuevas interminables, pululan unos espíritus diabólicos que por las noches bajan en enjambres por las laderas, juegan en las aguas de las fuentes y arroyos y se hamacan en las ramas de los árboles desnudos.

Ellos, y no otros, son los que aúllan a coro con los lobos, empujan inmensas bolas de nieve que bajan rodando desde los picos más altos, arrollando todo lo que encuentran en su camino, y los que bailan y corren como llamas azules, rojas y amarillas, sobre la superficie de los pantanos.

Entre estos espíritus diabólicos que, arrojados de los llanos y los lugares poblados por los exorcismos de la Iglesia, se refugiaron en las cuevas más altas, los hay de diversas familias y, como tales, se aparecen ante nosotros con formas y tamaños diferentes. Sin embargo, los más detestables y malévolos de todos ellos, los que se insinúan con frases seductoras, conquistando el corazón de las jóvenes
son, sin duda alguna, los gnomos.

Estas pérfidas criaturas viven en las entrañas de los montes, conocen a la perfección sus cuevas y senderos interiores, y cuidan celosamente los tesoros que las rocas encierran en su seno, entre los que pueden contarse las vetas auríferas, los yacimientos de metales preciosos y los innumerables depósitos de piedras preciosas.

Según cuenta un antiguo relato de esta región de la Serra da Cova da Serpe un joven pastor, tratando de recuperar a una de sus ovejas extraviadas, penetró en uno de esos antros, horrorosos y magníficos a la vez, con sus bocas disimuladas por espinosos matorrales y cuyo fin no fue visto nunca por hombre alguno. Cuando ingresó a la cueva, el pastor era un hombre joven, garboso y atezado, pero cuando regresó del interior de la montaña, su rostro se encontraba pálido como la muerte y su cabello había encanecido como el de un anciano.

Había descubierto el secreto de los gnomos; había respirado la fétida y ponzoñosa atmósfera de sus cubiles, y pagó su atrevimiento con un envejecimiento prematuro. Pero en lo que le quedó de vida pudo referir a quien quisiera escucharlo lo que había visto, y su historia fue transmitida de padres a hijos desde incontables generaciones.

De acuerdo con lo que él mismo narró, se internó caverna adelante, hasta llegar por último a unas interminables galerías que descendían abruptamente hacia las entrañas de la tierra; estos enormes pasadizos estaban alumbrados por un fulgor misterioso y fantasmal, producido, al parecer por la fosforescencia de innumerables trozos de gemas cristalinas, de todas las formas exóticas e inverosímiles que ninguna mente humana podría haber imaginado.

El piso, las paredes y el curvo techo abovedado de los inmensos salones en que se abrían de tanto en tanto las galerías, se veían jaspeados por estrías de colores diversos, como los mármoles más finos, pero las vetas eran de oro y plata, y en ellas aparecían incrustadas infinidad de piedras preciosas entre las que podían identificarse rutilantes diamantes, rubíes rojos como la sangre, verdes esmeraldas, zafiros, topacios y muchas otras piedras desconocidas, que el pastor sólo pudo describir diciendo que sus ojos se habían encandilado al contemplarlas.

El más absoluto silencio lo acompañó durante su descenso por aquellos interminables pasadizos; ningún ruido, excepto el de sus pasos, rebotaba en sus anfractuosidades y, a intervalos irregulares, unos gemidos prolongados y lastimeros, provocados por un viento de origen desconocido que circulaba a lo largo de aquel intrincado dédalo de corredores. Escuchando con más atención, el pastor también pudo percibir el susurro de aguas corrientes que discurrían por las paredes, y el rumoreo desconcertante de un río de lava subterráneo que hervía debajo de la roca que pisaban sus pies.

El joven, solo y perdido en aquel laberinto inverosímil, caminó durante largas horas sin poder encontrar una salida, hasta que finalmente descubrió el manantial cuyo rumor había escuchado tiempo antes.

Encontró el arroyuelo tras un recodo de la gruta, que brotaba de una de las paredes como una fantástica cascada de plata coronada de espuma, y corría por el piso descendente, produciendo un murmullo cristalino al acariciar sus aguas las peñas y las grietas de la roca viva.

En sus márgenes crecían plantas desconocidas que el pastor, a pesar de haber vivido toda su vida en la región, no pudo siquiera identificar; algunas de ellas, que salían a través de las fisuras de las piedras, tenían una extrañas hojas anchas y carnosas, y otras, que se arraigaban dentro mismo del arroyo, eran finas y delgadas como cintas que ondulaban con los movimientos del agua.

Entre estas plantas se movían unos seres extraños que, en algunas ocasiones parecían humanos de corta estatura y gran deformidad, en otras grandes salamandras refulgentes y un momento más tarde se transformaban en efímeras llamaradas multicolores que danzaban en locas espirales sobre las plantas.

En esas criaturas, el pastor identificó aterrado a los gnomos que, desplazándose por los corredores de piedra, corriendo como enanos patizambos y deformes, siseando y arrastrándose como reptiles o trepando por las paredes y corriendo sobre la superficie del agua en forma de fuegos fatuos, extraían y atesoraban sus fabulosas riquezas.

Aún en medio de su terror, el joven recordó lo que las leyendas cuentan de aquellas entidades diabólicas: son ellos los que conocen los escondrijos donde los avaros entierran sus tesoros y que sus herederos luego buscan en vano; son ellos los que saben dónde los moros dejaron sus botines al ser expulsados de España; son ellos, y no otros, los que localizan y roban las alhajas y valores que se
pierden y luego los ocultan en sus guaridas subterráneas, porque son los únicos que pueden transitar por aquellos corredores malsanos.

Allí, escondido entre las hojas carnosas, el pastor pudo comprobar la existencia de objetos exóticos y de costo inapreciable, entre los que podían verse copas cinceladas en oro y plata, con incrustaciones de piedras preciosas; ánforas de los mismos metales, ricamente trabajadas y colmadas de rubíes, diamantes y esmeraldas; collares y diademas de perlas y gemas, y arcenes enteros llenos de monedas con formas y caracteres imposibles de reconocer; tesoros, en definitiva, tan incalculables y fantásticos que la razón se negaba a aceptarlos. Y todas aquellas riquezas brillaban con tal intensidad, que el pastor relató que parecía que todo el aire estaba lleno de chispas de colores y que la caverna misma se encontraba en llamas, y las imágenes rielaban como a través del calor de una hoguera.

Y fue entonces cuando la codicia comenzó a disipar el miedo del pastor, quien, deslumbrado por la contemplación de tantas joyas, cada una de las cuales lo enriquecería de por vida, intentó recoger algunas de ellas, cuando, a pesar del bramido del río de lava, la profundidad de la roca, el rumor del arroyo y las risotadas de los gnomos, llegó hasta sus oídos el repique de la campana de la ermita del pueblo, llamando a los fieles a la oración de la tarde.

Al oír su clamor, el pastor, que ya había sido visto por los gnomos y estaba a punto de ser alcanzado por ellos, cayó de rodillas, encomendándose a la protección de la Virgen de Cova da Serpe, patrona de la iglesia. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, y sin saber a ciencia cierta cómo ni por qué medio, se encontró repentinamente fuera de la cueva, tirado a un costado del camino que conducía
al pueblo, y aturdido como si hubiera salido de un largo sueño.

Desde entonces, los lugareños de la Serra da Cova da Serpe saben por qué la fuente del mercado trae a veces en sus aguas restos de un finísimo polvo de oro y, en ocasiones, en el murmullo que causa se mezclan palabras y suspiros confusos pero sugestivos, que los gnomos vierten en ellas, para seducir a los ingenuos y avariciosos que los escuchan, prometiéndoles riquezas que terminan por ser su
perdición.

Cuento celta gallego recopilado y adaptado por Roberto Rosaspini Reynolds

Jenny Eugenia Nyström (Swedish, 1854-1946), gnomos
Jenny Eugenia Nyström (Swedish, 1854-1946), gnomos
Roberto Rosaspini Reynolds

Roberto Rosaspini Reynolds (1940).

Es un escritor y traductor argentino.

Su trabajo se centra sobre leyendas celtas, los mitos fantásticos y las leyendas artúricas.

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